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miércoles, 5 de marzo de 2014

ARTICULO: Viñas y Jauretche, dos conversadores


Mgter. Miryam Pirsch
Instituto Superior de Formación Docente N° 51 - Pilar

Cualquier intento por definir aunque sea aproximadamente al ensayo como género está condenado a la polémica y a la refutación, al surgimiento de opiniones en favor y en contra, a valoraciones éticas e ideológicas tanto como formales. Entre los pocos puntos en que coinciden los autores que se han ocupado del asunto figura la presencia de un yo como un rasgo constante y que, a diferencia de lo que sucede en géneros más académicos, no se oculta sino que se exhibe a través de juicios que se sostienen a fuerza de retórica.

            El ensayo así entendido como retórica, tiene en David Hume a uno de sus iniciadores. Para él, el ensayo es asunto de conversadores. En su ensayo titulado ¨Sobre el género ensayístico¨ Hume divide a los intelectuales en dos grupos: los doctos y los conversadores; los primeros, acogidos en ¨las más altas y difíciles operaciones de la mente¨ (25), necesitan de la soledad y el aislamiento de los claustros, mientras que los segundos parecen marcados por su ¨disposición sociable¨, necesitan la presencia de otro con quien dialogar y cuya conversación avive el flujo y los temas del ejercicio retórico. El contacto con el mundo y la compañía resultan decisivos para el ensayista dado que le aportan la inquietud por entretener al público y con ello la necesidad de producir los materiales temáticos y discursivos que le posibiliten sostener la atención de su público. Así entendido, el ensayista debería contar entre sus capacidades con un amplio histrionismo que, como un juglar o un actor, le aseguren un público que retroalimente su puesta en escena. Muy pronto el arte de la conversación se vuelve una cuestión de género cuando Hume afirma que ¨son las mujeres las soberanas del imperio de la conversación¨ (28) y admira otros países (Francia) donde son ellas las autoridades en cuestiones literarias a diferencia de lo que sucede en Inglaterra donde  los doctos menosprecian el buen juicio femenino: ¨Estos hombres continuarán presumiendo, neciamente, de que son superiores sólo porque pertenecen al sexo masculino.¨ (28) 

¿Por qué Hume confía en la habilidad de las mujeres para la conversación? Porque ellas cuentan con el entendimiento (son tan capaces de razonar como cualquiera de los sabios doctos) al que suman la sensibilidad. Su capacidad sensible sumada a su buen juicio conforman una figura de intelectual a la que Hume adhiere: el ensayista aporta más opiniones que juicios definitivos al mundo de los lectores y será también esta sensibilidad la que le permita organizar una estrategia retórica efectiva que funcione como puente con el lector.

El ensayista suma sensibilidad al saber en un ejercicio en el que se inscribe su individualidad en relación con el otro, un otro que además del lector también se construye a través del referente del ensayo. El repertorio de estrategias retóricas del que dispone el ensayista se nutre también del mayor o menor grado de rechazo o aceptación del tema tratado; la virulencia del estilo o la adhesión de los epítetos se originan en el referente, se moldean en la interioridad del ensayista  y saltan sobre el lector para ganarlo a la causa del autor.

 

Dos conversadores

 

¨En David Viñas veo todo un reflejo generacional, fue una generación fubista y eso marca tanto como haber sido de Sur. No lo podemos sacar de debajo de la piel.¨

¨Yo voy a sobrevivir y a Jauretche no lo va a leer nadie.¨

 

Beatriz Guido[1]

 

En los años 1964 y 1966, dos de los intelectuales más prestigiosos de la época, en ensayos que se proponían pensar la cultura y la sociedad argentina, se ocuparon de una misma escritora para convertir su figura y su obra en la más acabada síntesis de una ideología que ambos repudiaban: la oligarquía para uno, el medio pelo para otro. Me refiero a David Viñas y Arturo Jauretche quienes en ¨´Niños´y ´criados favoritos´: de ´Amalia´ a Beatriz Guido a través de ´La gran aldea´¨[2]  y ¨Una escritora de medio pelo para lectores de medio pelo¨[3] respectivamente, se ocuparon de Beatriz Guido. Dado que ambos ensayos tomaron como referente a la autora y sus novelas (especialmente El incendio y las vísperas), los encuadraremos en lo que Eduardo Grüner ha dado en llamar ¨ensayo literario¨, aquel que se propone una lectura  descentrada de la obra, des-autorizada, una lectura que actualiza la escritura para hacerla aparecer nuevamente a partir de lo que parecía cerrado.

Pero ¿dónde se origina esa lectura que efectúa el ensayista? En el yo del ensayista. Será el espacio de su propia subjetividad desde donde se construya lo que Grünner traduce de Bloom como ¨deslectura creativa¨, aquella que deslee el texto de referencia tal como el autor quiso que se lo leyera para  hacerlo desde alguna falla que para el ensayista resulta la verdadera carnadura del texto. En este sentido, sujeto de la escritura y sujeto de la enunciación desplazan al autor-sujeto del enunciado del cual se ocupan del lugar de privilegio que tenía con respecto a su propio texto para  convertirlo en un referente más junto con el objeto sobre el cual se efectúa la lectura. La pregunta que guiará este trabajo será cuál es esa falla desde la cual Viñas y Jauretche leen a Guido, cuál es la imagen de autor con la que polemizan y que observan ¨como el disector a la pieza anatómica¨. La lectura del ensayista necesita ins/escribirse, por lo tanto el ejercicio retórico es la estrategia para poder leer y escribir esa lectura. En las citas que aparecerán en este trabajo, he destacado algunos calificativos marcadamente subjetivos, apelativos de una retórica belicosa que anuncian la lectura más ideológica que estética que los autores harán de la autora en cuestión y cuya estrategia me propongo analizar.

       En el ensayo citado, Viñas se ocupa de Guido entre otros escritores con quienes organiza una genealogía que, como el título anuncia, empieza en Lucio V. López y llega hasta Carmen Gándara y B.Guido (sus contemporáneas), pasando por Cané, Ocantos, Lucio y Eduarda Mansilla, Lugones, Güiraldes, Victoria Ocampo y Mallea, entre otros. La falla desde donde Viñas organiza esta ¨familia¨ literaria  es la figura del subalterno (esclavo, sirviente, criado) y su evolución a lo largo de un siglo de narrativa. A la palabra ¨falla¨ que he tomado del antes citado Grüner quisiera darle otro sentido: además de defecto o error, también entenderé falla como sinónimo de grieta, un intersticio que el ensayista encuentra en el texto y a través del cual propondrá su des-lectura. En el caso que nos ocupa, Roberto González Echeverría ha objetado la visión familiar de la literatura argentina que da el libro de Viñas[4] como una traición a la crítica marxista que postulaba. Lo acusa de no oponerse a la visión patriarcal de la sociedad argentina de Mallea, Sarmiento o Borges sino que la refleja en su libro cuando organiza lecturas genealógicas. Por otra parte, al referirse a los recursos del ensayo de Viñas, habla de ¨representatividad , en el sentido dramático del término¨ (107) y cómo esto ficcionaliza la escritura a pesar de que en una nota al pie aclara que este ¨tono¨ conversacional o epistolar sea uno de los recursos retóricos del ensayo, lo cual  le da al texto un carácter análogo al de la ficción, que descalifica no solo a Viñas sino al discurso crítico latinoamericano del que Viñas no es más que un caso entre tantos.

       Ese ¨yo prometeico y sediento de poder¨ (121) se hace presente en el texto a través de algunos de estos recursos que ponen en primer plano la subjetividad del ensayista en el capítulo del que me ocupo:

-   Desplazamientos de 3ra. a 1ra. persona: en un gesto teatral, Viñas abandona la no persona para ubicarse desde la perspectiva del autor tratado, como si quisiera acortar la distancia con el autor al que se refiere, y por ende, también con el lector: ¨...el recuerdo del criado favorito se suscita por la mediación de ¨mi casa¨. Mi piano de cola, mi juego de Limoges, mi mantelería, mi criado...¨ (88)  [5]

-          Empleo de subjetivemas: los adjetivos elegidos por el autor califican pero además son evaluativos y axiológicos acerca de aquello a lo que refieren: ¨El mecanismo es tan admirable como fraudulento¨ (83); ¨Edificante párrafo¨ (88); ¨´¡Hay que destapar la olla!´ pudo ser la consigna gritona e ineficaz correlativa a la ambigüedad de su acción histórica¨(108)[6]

-          Oraciones unimembres con valor de pausas en el ritmo del relato: ¨Matices.¨ (87); ¨Sí.¨ (105); ¨O que lo inventa.¨ (105). Los cortes abruptos en el flujo del discurso que provocan este tipo de oraciones remiten a las pausas del discurso oral en el ritmo y al gesto de quien enfatiza lo afirmado en la oración anterior.

-          Comillas con función irónica:  ¨Lo de ´tío´ carga una peculiar significación...¨ (88); ¨... la mansa fluidez de ´su ayuda´ se acorta... (90), ¨... ´modernista´ y dispuesta a negociar¨ (109). Muchísimos son los posibles ejemplos de la ironía que recae sobre las figuras sobre quienes escribe o sus dichos, en un gesto enfático y gestual que permiten al lector imaginativo casi recrear la expresión del rostro del ensayista.   

-          Expresiones más afines con la exposición oral que con la mediación del texto escrito: ¨Adviértase...¨ (95); ¨Como puede advertirse¨ (98); ¨Lo hemos visto con otros matices...¨ (100). Estos tres últimos recursos, además de la oralidad remiten a la gesticulación, acentúan el énfasis de la entonación además del gesto facial que podría acompañarlos: un movimiento de cejas, un brazo que se levanta, la cabeza que se adelanta, un dedo que acusa, pero en todos y cada uno, la insistencia en no desprenderse del diálogo con los lectores.

Los recursos hasta aquí descriptos ubican a Viñas en la tradición de los conversadores a los que se refería Hume, un ensayista que a fuerza de retórica se asegura el diálogo con el lector en un tema que lo involucra discursiva y físicamente. La distancia se acorta a medida que resulta menor la distancia temporal con los escritores que lo ocupan y al hablar de Beatriz Guido, Viñas atiende a una contemporánea pero no por eso compañera generacional ni, como los denomina Rodríguez Monegal,  parricida.[7]

En una entrevista con Reina Roffé y Juan Carlos Martini Real, Guido afirma que no se considera parricida sino heredera de la oligarquía aunque reconoce ¨la conciencia de la decadencia de una (esa) clase¨ (35), lo mismo que le reprocha Viñas: la autora no critica los valores de la clase sino el mal uso que los herederos han hecho de esos valores.  La filiación generacional, la cercanía temporal, hacen más violentas las críticas a sus textos que las que hizo a los de generaciones anteriores. La genealogía literaria que organiza para criticar la organización familiar de la literatura argentina es la falla desde donde puede leerse la estrategia de Viñas: cuanto mayor es la cercanía generacional, mayor también la subjetividad en el juicio: ¨Su crítica  a los  valores tradicionales no supera el plano  moral y la crítica de costumbres; no se enjuicia a los nietos de la oligarquía por los valores que han heredado sino por no saber utilizarlos.¨[8]

       Como sucede con los escritores antes leídos por Viñas, la crítica a Guido es más ideológica que literaria, pero en este caso, además, la lee desde la traición a su propia generación: Guido no es ni será una rebelde sino una defensora de los valores heredados. La lectura de los autores de la generación del 80 o del Centenario está más cerca de la crítica porque los lee a la distancia, mientras que el reproche a Guido será más contundente ya que sirve como síntesis de la traición, como extensión al presente de los males del pasado que exasperaron al ensayista a lo largo del texto.  Es cierto que no pertenece al grupo de los que Rodríguez Monegal llamó parricidas sino que su conducta la convierte en fratricida cada vez que habla de ¨mi generación¨ pero sirve a los intereses de las anteriores[9]. Además de organizar a la literatura argentina como una familia patrilineal, la falla o equívoco que Viñas escribe es una literatura de la traición que llega a su ápice en  El incendio y las vísperas.[10]

       Otra será la lectura que emprenderá Arturo Jauretche cuando elige a la misma autora como síntesis y depositaria de los valores de lo que él dio en llamar ¨el medio pelo¨. Dedica a Guido un capítulo entero de su estudio sobre la sociedad argentina en un título más que evidente del por qué de su elección: ¨Una escritora de medio pelo para lectores de medio pelo¨. Leída por Jauretche, Guido resulta un ejemplo ilustrativo de lo que su libro viene describiendo y en los capítulos que siguen a éste, la autora será una mención frecuente, ya sea en el cuerpo del texto como en varias anotaciones a pie de página.

       El ejemplo será el recurso de la retórica expositiva que prevalezca y en función de éste Jauretche recurre a la autora; abre un duelo verbal con ella y los valores que representa, al mismo tiempo que un diálogo con los lectores, algunos de cuyos miembros a veces se particularizan: ¨Aquí, un estudiante de sociología me apunta el concepto técnico: es la disociación entre el ´grupo de referencia´ y el ´grupo de pertenencia´. Gracias, y adelante.¨ (189)      

       El carácter provocador de la retórica de Jauretche y, en especial, del texto en cuestión ha sido reconocido en las críticas periodísticas que lo recibieron en los años de su publicación[11] tanto como por sus lectores más modernos, como uno de los rasgos que han singularizado su prosa. Horacio González apunta la elección de Jauretche por la lengua gauchipolítica para hablar de los problemas modernos de la Argentina por ser esta una lengua heredada, una lengua atesorada por su dicción arcaica y, por eso mismo, muy poderosa para definir todos los problemas modernos de las formas de dominación. En el interior de la propia lengua y en cómo se usa, dice González, está la clave de cómo liberarse y cuál es el tema de la liberación.

       Duelista del lenguaje, además de los apelativos ficticios como el antes citado, los recursos favoritos de este conversador serán otros ya vistos en Viñas: las comillas y los calificativos axiológicos sobre la autora-referente.

       A las comillas irónicas que aparecen en  ´fiel servidora´ (191) aplicado a la criada que sirve y espía de los Pradere por generaciones o en ¨Allí la tenían para ´bañarla´ (a la Diana de Falguiere, se entiende)¨ (196) con que comenta el inverosímil fetichismo que Pradere padre siente por la escultura del Jockey Club, Jauretche  agrega otro que lo acerca más a Roberto Arlt que a David Viñas: los neologismos y expresiones no prestigiosas. El duelista, el gauchipolítico como lo denomina González es, justamente, un guerrero de la palabra a la cual le aporta los apelativos peyorativos que necesita. Expresiones tales como ¨medio pelo¨, ¨gordis¨ (para referirse a las señoras de la oligarquía), ¨piyado¨ (aquel que se tiene en más valor del que realmente tiene) o ¨boleado¨  (desorientación en que ha caído la autora por querer pintar un mundo que no conoce), son términos que Jauretche inventa o rescata del lunfardo para fustigar las ínfulas de glamour que critica en la clase media con aspiraciones de alta. 

       Por otra parte, cuando califica a Guido lo hace a través de juicios de valor que la colocan en la otra vereda ideológica, son destructivos y peyorativos pero nunca producto de  un exabrupto. Hay en el ensayista suficientes reflexiones sobre el lenguaje como para leer en él un proyecto retórico, una construcción de una ideología nacional y popular apoyada en una lengua nacional y popular, y es el lenguaje motivo de más de una reflexión[12]. De ahí, entonces, la deliberada elección de los subjetivemas en los párrafos que siguen:

 

¨...se trata de una autora marginal a la literatura, de un subproducto de la alfabetización. El lector debe comprender que el espacio que voy a dedicarle sólo se justifica por el interés del disector frente a la pieza anatómica.

¨Tampoco interesaría sin su éxito editorial, que es el que nos advierte de la existencia de un vasto sector para esa clase de mercadería. (...)

¨Sin la existencia de las ¨gordis¨, este éxito editorial sería incomprensible. Requiere un público en que se dé en las mismas medidas que en su libro, la ignorancia y la petulancia intelectual, la falsedad en la posición y aplomo para actuar del que la ignora, y que participe de una visión del país completamente sofisticada a través de una lente de convenciones deformantes y tenidas por ciertas.¨ (189-190)

 

       Si bien hay en Jauretche una conciencia de la retórica propia, cuando se trata de enfrentarse a El incendio y las vísperas, lejos estamos de encontrarnos con una lectura de la retórica, una lectura que apunte a los valores literarios del texto sino que se trata, otra vez, de una lectura que se ubica en el ámbito de lo ideológico. La crítica apunta a los hechos y dichos de los personajes y Jauretche los toma como pruebas ¨reales¨ de la forma de pensar de Guido y, por ende, del sector social en cuestión. De todos modos, en los fragmentos citados anteriormente, la literatura está presente, o mejor dicho, el mercado literario: aunque marginal, se le otorga a Guido un lugar dentro del campo literario local o, especialmente, dentro del mercado literario; tiene éxito no solo en la literatura sino también en el cine, cosa que Jauretche se cuida de mencionar, ya que el director con quien trabaja, su esposo Leopoldo Torre Nilsson, no podría recibir los mismos calificativos de ¨subproducto de la alfabetización¨, ¨ignorancia¨, ¨falsedad intelectual¨ que le aplica a su esposa y colaboradora. ¿Por qué esos epítetos caben para la autora de los libros y no para el director que los adapta? Si bien es cierto que El incendio y las vísperas no fue llevada al cine, Jauretche a través de sus comentarios descalifica toda la literatura de Guido y no solamente esta novela. Lo que pone en tela de juicio sin nombrarlo es el éxito, el bestsellerismo que Guido protagonizó junto a Martha Lynch y Silvina Bullrich, y con ellas al público lector que las leía para espiar la vida de una clase que no era la suya.

A diferencia de Viñas, quien cuestiona la legitimidad de los valores que Guido representa, Jauretche la descalifica por la imitación y la falsedad de su propuesta. Ambos ven en Guido un modelo de intelectual representativo de una clase social antagónica a la suya aunque no coincidan en el grupo de pertenencia donde la ubican: mientras para uno es una oligarca, para el otro es una autora de medio-pelo, clase media con aspiraciones que imita las costumbres de la oligarquía o clase alta.[13]  No es el objeto de este trabajo discutir la pertenencia de Beatriz Guido a determinada clase social como la crítica parece haber hecho en reiteradas oportunidades, sino observar la necesidad que tienen los autores de identificarla con una clase social de la cual ellos quieren diferenciarse, lectura que les impide ver cuestiones literarias o de la tradición literaria argentina que Guido reescribe o modifica. Aislar El incendio y las vísperas de otros textos como Fin de fiesta, por ejemplo, también parcializa la lectura ideológica que ambos proponen, un texto que critica en varios aspectos a la clase alta con la cual la identificaron y que finaliza con el advenimiento del peronismo.

De acuerdo con la caracterización del ensayo que propuse al inicio de este trabajo, su elección a los fines de los dos autores tratados resulta pertinente para la lectura parcial, como toda lectura, que realizan. Tanto Viñas como Jauretche leen a Guido desde  lo ideológico, campo en el que mayores y más claras diferencias tienen y desplazan a segundo plano categorías que podrían haberlos acercado. En el caso de Viñas, compartía con Guido en ese momento una activa labor como guionista y adaptador para el cine, incluso trabajaron con el mismo director en el caso de Fernando Ayala quien llevó al cine textos de ambos[14]. La común importancia que ambos compartieron, la popularidad que el cine dio a Guido y su llegada a través de  los medios  de comunicación desaparecen detrás de la lectura de representaciones sociales (los criados) o culturales (la oligarquía). Los valores de clase que critica de la autora son la única categoría útil para referirse a su literatura y que permiten inscribirla dentro de la  tradición literaria argentina, una tradición a la que el parricida Viñas no desea pertenecer. Diferenciarse de ella es, a la vez, una declaración de principios: se está escribiendo (él está escribiendo) una nueva literatura argentina, una nueva y diferente tradición.  En el caso de Jauretche, intelectual de tradición popular, elude en su lectura el  trabajo de reescritura de géneros y estereotipos populares que realizó la autora. Es más, ni siquiera la considera una integrante de la literatura nacional sino parte del mercado literario argentino.

En la diferencia ambos autores se autodefinen, se distancian de una clase y de un conjunto de valores pero escriben un modelo de escritora con el cual les interesa establecer, ante todo, su diferencia. La lectura de la literatura de Beatriz Guido desde ese lugar les permite construir su propia identidad política cuando hacen ¨aparecer¨ una figura de escritor al servicio de un sector social. El llamado ¨ensayo literario¨  resulta una clase de ensayo que en su deslectura escribe una imagen no solo de autor sino también del sistema literario del cual da cuenta, genera configuraciones ideológicas que trascienden en mucho al texto o autor sobre el cual ensaya y prefigura un perfil de intelectual.

        

Bibliografía

-   Galasso, Norberto (1997) Jauretche. Biografía de un argentino. Rosario, Homo Sapiens.

-          González, Horacio. ¨Espectros jauretcheanos: Universidad y medios de comunicación. Una mirada desde Arturo Jauretche¨. Cátedra Libre Arturo Jauretche. Facultad de Ciencia Política y RRII. Universidad Nacional de Rosario. 22/11/2002.

-          González Echeverría, Roberto (1983) ¨David Viñas y la crítica literaria: De Sarmiento a Cortázar¨. En Isla a su vuelo fugitiva. Madrid, José Porrúa Turanzas, pp. 103-122.

-          Grüner, Eduardo (1986) ¨El ensayo, un género culpable¨. En Un género culpable. La práctica del ensayo: entredichos, preferencias e intromisiones, pp.13-21. Rosario, Homo Sapiens.

-          Hume, David (1988) ¨Sobre el género ensayístico¨. En Sobre el suicidio y otros ensayos, pp.25-30. Madrid, Alianza.

-          Jauretche, Arturo (2002)¨Una escritora de medio pelo para lectores de medio pelo¨. En El medio pelo en la sociedad argentina. Obras completas, volumen 3. Buenos Aires, Corregidor, pp.

-          Mattoni, Silvio (2001) ¨Montaigne: el sujeto del ensayo¨. En Nombres, 16, pp.39-67.

-          Rosa, Nicolás, ¨Viñas: la evolución de una crítica¨. Los libros nº 18, abril, 1971, pp.10-14.

-          Schvartzman, Julio (1999) ¨David Viñas: la crítica como epopeya¨. En Jitrik, Noé (director) Historia crítica de la literatura argentina. Vol. X, Susana Cella (dir. del volumen) La irrupción de la crítica. Buenos Aires, Emecé, pp.147-180.

-          Viñas, David (1994) ¨´Niños´ y ´criados favoritos¨: de ¨Amalia¨ a Beatriz Guido a través de ´La Gran Aldea´¨. En Literatura argentina y realidad política. Volumen 1. Buenos Aires, CEAL, pp.78 a 112.

 




[1] Entrevista realizada por Reina Roffé y J.C.Martini Real, ¨Beatriz Guido: denuncia, traición y contradicciones de una escritora argentina¨. En Beatriz Guido, Los insomnes. Bs.As., Corregidor, 1973, pp. 31 y 34 respectivamente
[2] En Literatura argentina y realidad política.
[3] En El medio pelo en la sociedad argentina.
[4]El artículo al que hago mención se refiere específicamente a De Sarmiento a Cortázar pero dado que este resulta una reelaboración y ampliación de Literatura argentina y realidad política , me permito citarlo en referencia a los ensayos de 1964.
[5] Entre paréntesis indico el número de página de  Literatura argentina y realidad política (los datos de edición figuran en la bibliografía al final de este artículo)
[6] Los subrayados son míos.
[7] Emir Rodríguez Monegal da la denominación de parricidas a la generación de escritores e intelectuales que se fija en 1955, al amparo de la caída del peronismo en su ensayo de 1956 El juicio de los parricidas: ¨Al estudiar el juicio que la nueva generación argentina instaura a sus maestros (o padres, como los llamó para siempre Murena) traté de mostrar, sobre todo, lo que podría llamarse la constante generacional: la actitud de crítica y de rechazo, o de aceptación condicionada.¨ Cita tomada de Historia de la literatura argentina, ¨La narrativa: la generación del 55¨. Bs.As. CEAL, pg. 1252.
[8] Literatura argentina y realidad política, p. 109.
[9] Frente a la pregunta acerca de su fidelidad a la clase burguesa u oligarquía, Guido responde: ¨Sí, soy fiel a mi clase. Hice una política mala pero no en lo último. En  Escándalos tomo conciencia; no en El incendio donde le hago el juego a la derecha.¨ Joffré-Martini Real, p. 12.
En la página siguiente agrega: ¨No estoy de acuerdo con los parricidas que además de Monegal lo inventaron los hermanos Viñas en aquel número sensacional de Contorno. Fueron parricidas porque esa generación fue traicionera.¨
[10] Nótese cómo los términos de fidelidad/traición aparecen en la nota anterior en la voz de Beatriz Guido para referirse a sí misma y a los parricidas. La misma dicotomía en las voces de ambos adversarios.
[11] Norberto Galasso en Jauretche. Biografía de un argentino cita las siguientes críticas:
Revista Siete Días, 25/4/1967: ¨Su estilo está poblado de casi todos los atributos del criollismo: reticencia, socarronería, gravedad y hasta algún exceso, como la feroz disección de Beatriz Guido, veinte páginas en las que el libro alcanza una acritud panfletaria desmesurada.¨
Clarín, 25/12/1966: ¨(Jauretche) Era, tal vez, los de espíritu más fuerte y tenían en el panfleto su natural vía de escape... Jauretche ha sido uno de los más eficaces panfletistas de esa generación.¨
[12] Federico Neiburg cita un párrafo de Los profetas del odio donde Jauretche se refiere a su propia retórica: ¨En el lenguaje llano de todos los días, hilvanando recuerdos, episodios o anécdotas, diré mis cosas como se dicen en el hogar, en el café o en el trabajo (...) utilizando la comparación, la imagen, analogía y las asociaciones de ideas con que la gente común se maneja en su mundo cotidiano.¨ En Neiburg, Federico. Los intelectuales y la invención del peronismo. Bs. As., Alianza, 1998, p. 61.
Algo similar sucede en las primeras páginas de El medio pelo... a propósito de ¨el estaño¨ (el mostrador) como método de conocimiento en detrimento de las teorías universitarias como método para describir y analizar la sociedad.
[13] A esto podemos sumarle una tercera ubicación de clase si sumamos la de Juan Carlos Martín Real y Reina Roffé, cuando homologan ¨oligarquía¨ y ¨burguesía¨ en la pregunta del reportaje ya citado: ¨¿Estabas en la otra vereda por fidelidad extremista a la clase burguesa, a la oligarquía?¨ (p 12)
[14] Me refiero a El jefe (sobre la novela de Viñas) y Paula cautiva (sobre el cuento de Guido).

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