Mgter. Miryam Pirsch
Instituto Superior de Formación Docente N° 51 - Pilar
Cualquier intento por
definir aunque sea aproximadamente al ensayo como género está condenado a la
polémica y a la refutación, al surgimiento de opiniones en favor y en contra, a
valoraciones éticas e ideológicas tanto como formales. Entre los pocos puntos
en que coinciden los autores que se han ocupado del asunto figura la presencia
de un yo como un rasgo constante y que, a diferencia de lo que sucede en
géneros más académicos, no se oculta sino que se exhibe a través de juicios que
se sostienen a fuerza de retórica.
El ensayo así entendido como
retórica, tiene en David Hume a uno de sus iniciadores. Para él, el ensayo es
asunto de conversadores. En su ensayo titulado ¨Sobre el género
ensayístico¨ Hume divide a los intelectuales en dos grupos: los doctos y
los conversadores; los primeros, acogidos en ¨las más altas y difíciles
operaciones de la mente¨ (25), necesitan de la soledad y el aislamiento de los
claustros, mientras que los segundos parecen marcados por su ¨disposición
sociable¨, necesitan la presencia de otro con quien dialogar y cuya
conversación avive el flujo y los temas del ejercicio retórico. El contacto con
el mundo y la compañía resultan decisivos para el ensayista dado que le aportan
la inquietud por entretener al público y con ello la necesidad de producir los
materiales temáticos y discursivos que le posibiliten sostener la atención de
su público. Así entendido, el ensayista debería contar entre sus capacidades
con un amplio histrionismo que, como un juglar o un actor, le aseguren un
público que retroalimente su puesta en escena. Muy pronto el arte de la
conversación se vuelve una cuestión de género cuando Hume afirma que ¨son las
mujeres las soberanas del imperio de la conversación¨ (28) y admira otros
países (Francia) donde son ellas las autoridades en cuestiones literarias a
diferencia de lo que sucede en Inglaterra donde
los doctos menosprecian el buen juicio femenino: ¨Estos hombres
continuarán presumiendo, neciamente, de que son superiores sólo porque
pertenecen al sexo masculino.¨ (28)
¿Por qué Hume confía en la habilidad de
las mujeres para la conversación? Porque ellas cuentan con el entendimiento
(son tan capaces de razonar como cualquiera de los sabios doctos) al que suman
la sensibilidad. Su capacidad sensible sumada a su buen juicio conforman una
figura de intelectual a la que Hume adhiere: el ensayista aporta más opiniones
que juicios definitivos al mundo de los lectores y será también esta
sensibilidad la que le permita organizar una estrategia retórica efectiva que
funcione como puente con el lector.
El
ensayista suma sensibilidad al saber en un ejercicio en el que se inscribe su
individualidad en relación con el otro, un otro que además del lector también
se construye a través del referente del ensayo. El repertorio de estrategias
retóricas del que dispone el ensayista se nutre también del mayor o menor grado
de rechazo o aceptación del tema tratado; la virulencia del estilo o la
adhesión de los epítetos se originan en el referente, se moldean en la
interioridad del ensayista y saltan
sobre el lector para ganarlo a la causa del autor.
Dos
conversadores
¨En
David Viñas veo todo un reflejo generacional, fue una generación fubista y eso
marca tanto como haber sido de Sur. No lo podemos sacar de debajo de la piel.¨
¨Yo voy a sobrevivir y a Jauretche no lo
va a leer nadie.¨
Beatriz
Guido[1]
En
los años 1964 y 1966, dos de los intelectuales más prestigiosos de la época, en
ensayos que se proponían pensar la cultura y la sociedad argentina, se ocuparon
de una misma escritora para convertir su figura y su obra en la más acabada
síntesis de una ideología que ambos repudiaban: la oligarquía para uno, el
medio pelo para otro. Me refiero a David Viñas y Arturo Jauretche quienes en
¨´Niños´y ´criados favoritos´: de ´Amalia´ a Beatriz Guido a través de ´La gran
aldea´¨[2] y ¨Una escritora de medio pelo para lectores
de medio pelo¨[3]
respectivamente, se ocuparon de Beatriz Guido. Dado que ambos ensayos tomaron
como referente a la autora y sus novelas (especialmente El incendio y las
vísperas), los encuadraremos en lo que Eduardo Grüner ha dado en llamar
¨ensayo literario¨, aquel que se propone una lectura descentrada de la obra, des-autorizada,
una lectura que actualiza la escritura para hacerla aparecer nuevamente
a partir de lo que parecía cerrado.
Pero
¿dónde se origina esa lectura que efectúa el ensayista? En el yo del ensayista.
Será el espacio de su propia subjetividad desde donde se construya lo que
Grünner traduce de Bloom como ¨deslectura creativa¨, aquella que deslee el
texto de referencia tal como el autor quiso que se lo leyera para hacerlo desde alguna falla que para el
ensayista resulta la verdadera carnadura del texto. En este sentido, sujeto de
la escritura y sujeto de la enunciación desplazan al autor-sujeto del enunciado
del cual se ocupan del lugar de privilegio que tenía con respecto a su propio
texto para convertirlo en un referente
más junto con el objeto sobre el cual se efectúa la lectura. La pregunta que
guiará este trabajo será cuál es esa falla desde la cual Viñas y
Jauretche leen a Guido, cuál es la imagen de autor con la que polemizan y que
observan ¨como el disector a la pieza anatómica¨. La lectura del ensayista
necesita ins/escribirse, por lo tanto el ejercicio retórico es la estrategia
para poder leer y escribir esa lectura. En las citas que aparecerán en este
trabajo, he destacado algunos calificativos marcadamente subjetivos, apelativos
de una retórica belicosa que anuncian la lectura más ideológica que estética
que los autores harán de la autora en cuestión y cuya estrategia me propongo
analizar.
En el ensayo citado, Viñas se ocupa de
Guido entre otros escritores con quienes organiza una genealogía que, como el
título anuncia, empieza en Lucio V. López y llega hasta Carmen Gándara y
B.Guido (sus contemporáneas), pasando por Cané, Ocantos, Lucio y Eduarda
Mansilla, Lugones, Güiraldes, Victoria Ocampo y Mallea, entre otros. La falla
desde donde Viñas organiza esta ¨familia¨ literaria es la figura del subalterno (esclavo,
sirviente, criado) y su evolución a lo largo de un siglo de narrativa. A la
palabra ¨falla¨ que he tomado del antes citado Grüner quisiera darle otro
sentido: además de defecto o error, también entenderé falla como
sinónimo de grieta, un intersticio que el ensayista encuentra en el
texto y a través del cual propondrá su des-lectura. En el caso que nos ocupa, Roberto
González Echeverría ha objetado la visión familiar de la literatura argentina
que da el libro de Viñas[4]
como una traición a la crítica marxista que postulaba. Lo acusa de no oponerse
a la visión patriarcal de la sociedad argentina de Mallea, Sarmiento o Borges
sino que la refleja en su libro cuando organiza lecturas genealógicas. Por otra
parte, al referirse a los recursos del ensayo de Viñas, habla de ¨representatividad
, en el sentido dramático del término¨ (107) y cómo esto ficcionaliza
la escritura a pesar de que en una nota al pie aclara que este ¨tono¨
conversacional o epistolar sea uno de los recursos retóricos del ensayo, lo
cual le da al texto un carácter análogo
al de la ficción, que descalifica no solo a Viñas sino al discurso crítico
latinoamericano del que Viñas no es más que un caso entre tantos.
Ese ¨yo prometeico y sediento de poder¨
(121) se hace presente en el texto a través de algunos de estos recursos que
ponen en primer plano la subjetividad del ensayista en el capítulo del que me
ocupo:
- Desplazamientos de 3ra. a 1ra. persona: en un
gesto teatral, Viñas abandona la no persona para ubicarse desde la perspectiva
del autor tratado, como si quisiera acortar la distancia con el autor al que se
refiere, y por ende, también con el lector: ¨...el recuerdo del criado favorito
se suscita por la mediación de ¨mi casa¨. Mi piano de cola, mi juego
de Limoges, mi mantelería, mi criado...¨ (88) [5]
-
Empleo de subjetivemas:
los adjetivos elegidos por el autor califican pero además son evaluativos y
axiológicos acerca de aquello a lo que refieren: ¨El mecanismo es tan admirable
como fraudulento¨ (83); ¨Edificante párrafo¨ (88); ¨´¡Hay que
destapar la olla!´ pudo ser la consigna gritona e ineficaz correlativa
a la ambigüedad de su acción histórica¨(108)[6]
-
Oraciones unimembres
con valor de pausas en el ritmo del relato: ¨Matices.¨ (87); ¨Sí.¨ (105); ¨O
que lo inventa.¨ (105). Los cortes abruptos en el flujo del discurso que
provocan este tipo de oraciones remiten a las pausas del discurso oral en el
ritmo y al gesto de quien enfatiza lo afirmado en la oración anterior.
-
Comillas con función
irónica: ¨Lo de ´tío´ carga una peculiar
significación...¨ (88); ¨... la mansa fluidez de ´su ayuda´ se acorta... (90),
¨... ´modernista´ y dispuesta a negociar¨ (109). Muchísimos son los posibles
ejemplos de la ironía que recae sobre las figuras sobre quienes escribe o sus
dichos, en un gesto enfático y gestual que permiten al lector imaginativo casi
recrear la expresión del rostro del ensayista.
-
Expresiones más afines
con la exposición oral que con la mediación del texto escrito: ¨Adviértase...¨
(95); ¨Como puede advertirse¨ (98); ¨Lo hemos visto con otros matices...¨
(100). Estos tres últimos recursos, además de la oralidad remiten a la
gesticulación, acentúan el énfasis de la entonación además del gesto facial que
podría acompañarlos: un movimiento de cejas, un brazo que se levanta, la cabeza
que se adelanta, un dedo que acusa, pero en todos y cada uno, la insistencia en
no desprenderse del diálogo con los lectores.
Los recursos hasta aquí descriptos
ubican a Viñas en la tradición de los conversadores a los que se refería Hume,
un ensayista que a fuerza de retórica se asegura el diálogo con el lector en un
tema que lo involucra discursiva y físicamente. La distancia se acorta a medida
que resulta menor la distancia temporal con los escritores que lo ocupan y al
hablar de Beatriz Guido, Viñas atiende a una contemporánea pero no por eso
compañera generacional ni, como los denomina Rodríguez Monegal, parricida.[7]
En una entrevista con Reina Roffé y Juan
Carlos Martini Real, Guido afirma que no se considera parricida sino heredera
de la oligarquía aunque reconoce ¨la conciencia de la decadencia de una (esa)
clase¨ (35), lo mismo que le reprocha Viñas: la autora no critica los valores
de la clase sino el mal uso que los herederos han hecho de esos valores. La filiación generacional, la cercanía
temporal, hacen más violentas las críticas a sus textos que las que hizo a los
de generaciones anteriores. La genealogía literaria que organiza para criticar
la organización familiar de la literatura argentina es la falla desde
donde puede leerse la estrategia de Viñas: cuanto mayor es la cercanía
generacional, mayor también la subjetividad en el juicio: ¨Su crítica a los valores
tradicionales no supera el plano moral y
la crítica de costumbres; no se enjuicia a los nietos de la oligarquía por los
valores que han heredado sino por no saber utilizarlos.¨[8]
Como sucede con los escritores antes
leídos por Viñas, la crítica a Guido es más ideológica que literaria, pero en
este caso, además, la lee desde la traición a su propia generación: Guido no es
ni será una rebelde sino una defensora de los valores heredados. La lectura de
los autores de la generación del 80 o del Centenario está más cerca de la
crítica porque los lee a la distancia, mientras que el reproche a Guido será
más contundente ya que sirve como síntesis de la traición, como extensión al
presente de los males del pasado que exasperaron al ensayista a lo largo del texto. Es cierto que no pertenece al grupo de los
que Rodríguez Monegal llamó parricidas sino que su conducta la convierte
en fratricida cada vez que habla de ¨mi generación¨ pero sirve a los
intereses de las anteriores[9].
Además de organizar a la literatura argentina como una familia patrilineal, la falla
o equívoco que Viñas escribe es una literatura de la traición que llega a
su ápice en El incendio y las
vísperas.[10]
Otra será la lectura que emprenderá
Arturo Jauretche cuando elige a la misma autora como síntesis y depositaria de
los valores de lo que él dio en llamar ¨el medio pelo¨. Dedica a Guido un
capítulo entero de su estudio sobre la sociedad argentina en un título más que
evidente del por qué de su elección: ¨Una escritora de medio pelo para lectores
de medio pelo¨. Leída por Jauretche, Guido resulta un ejemplo ilustrativo de lo
que su libro viene describiendo y en los capítulos que siguen a éste, la autora
será una mención frecuente, ya sea en el cuerpo del texto como en varias
anotaciones a pie de página.
El ejemplo será el recurso de la
retórica expositiva que prevalezca y en función de éste Jauretche recurre a la
autora; abre un duelo verbal con ella y los valores que representa, al mismo
tiempo que un diálogo con los lectores, algunos de cuyos miembros a veces se
particularizan: ¨Aquí, un estudiante de sociología me apunta el concepto
técnico: es la disociación entre el ´grupo de referencia´ y el ´grupo de pertenencia´.
Gracias, y adelante.¨ (189)
El carácter provocador de la retórica de
Jauretche y, en especial, del texto en cuestión ha sido reconocido en las
críticas periodísticas que lo recibieron en los años de su publicación[11]
tanto como por sus lectores más modernos, como uno de los rasgos que han
singularizado su prosa. Horacio González apunta la elección de Jauretche por la
lengua gauchipolítica para hablar de los problemas modernos de la Argentina por
ser esta una lengua heredada, una lengua atesorada por su dicción arcaica y,
por eso mismo, muy poderosa para definir todos los problemas modernos de las
formas de dominación. En el interior de la propia lengua y en cómo se usa, dice
González, está la clave de cómo liberarse y cuál es el tema de la liberación.
Duelista del lenguaje, además de los
apelativos ficticios como el antes citado, los recursos favoritos de este
conversador serán otros ya vistos en Viñas: las comillas y los calificativos
axiológicos sobre la autora-referente.
A las comillas irónicas que aparecen
en ´fiel servidora´ (191) aplicado a la
criada que sirve y espía de los Pradere por generaciones o en ¨Allí la tenían
para ´bañarla´ (a la Diana de Falguiere, se entiende)¨ (196) con que comenta el
inverosímil fetichismo que Pradere padre siente por la escultura del Jockey Club,
Jauretche agrega otro que lo acerca más
a Roberto Arlt que a David Viñas: los neologismos y expresiones no
prestigiosas. El duelista, el gauchipolítico como lo denomina González es,
justamente, un guerrero de la palabra a la cual le aporta los apelativos
peyorativos que necesita. Expresiones tales como ¨medio pelo¨, ¨gordis¨ (para
referirse a las señoras de la oligarquía), ¨piyado¨ (aquel que se tiene en más
valor del que realmente tiene) o ¨boleado¨
(desorientación en que ha caído la autora por querer pintar un mundo que
no conoce), son términos que Jauretche inventa o rescata del lunfardo para
fustigar las ínfulas de glamour que critica en la clase media con aspiraciones
de alta.
Por otra parte, cuando califica a Guido
lo hace a través de juicios de valor que la colocan en la otra vereda
ideológica, son destructivos y peyorativos pero nunca producto de un exabrupto. Hay en el ensayista suficientes
reflexiones sobre el lenguaje como para leer en él un proyecto retórico, una
construcción de una ideología nacional y popular apoyada en una lengua nacional
y popular, y es el lenguaje motivo de más de una reflexión[12].
De ahí, entonces, la deliberada elección de los subjetivemas en los párrafos
que siguen:
¨...se
trata de una autora marginal a la literatura, de un subproducto de
la alfabetización. El lector debe comprender que el espacio que voy a dedicarle
sólo se justifica por el interés del disector frente a la pieza anatómica.
¨Tampoco
interesaría sin su éxito editorial, que es el que nos advierte de la existencia
de un vasto sector para esa clase de mercadería. (...)
¨Sin
la existencia de las ¨gordis¨, este éxito editorial sería incomprensible.
Requiere un público en que se dé en las mismas medidas que en su libro, la ignorancia
y la petulancia intelectual, la falsedad en la posición y aplomo
para actuar del que la ignora, y que participe de una visión del país
completamente sofisticada a través de una lente de convenciones
deformantes y tenidas por ciertas.¨ (189-190)
Si bien hay en Jauretche una conciencia
de la retórica propia, cuando se trata de enfrentarse a El incendio y las
vísperas, lejos estamos de encontrarnos con una lectura de la retórica, una
lectura que apunte a los valores literarios del texto sino que se trata, otra
vez, de una lectura que se ubica en el ámbito de lo ideológico. La crítica
apunta a los hechos y dichos de los personajes y Jauretche los toma como
pruebas ¨reales¨ de la forma de pensar de Guido y, por ende, del sector social
en cuestión. De todos modos, en los fragmentos citados anteriormente, la
literatura está presente, o mejor dicho, el mercado literario: aunque marginal,
se le otorga a Guido un lugar dentro del campo literario local o,
especialmente, dentro del mercado literario; tiene éxito no solo en la literatura
sino también en el cine, cosa que Jauretche se cuida de mencionar, ya que el
director con quien trabaja, su esposo Leopoldo Torre Nilsson, no podría recibir
los mismos calificativos de ¨subproducto de la alfabetización¨, ¨ignorancia¨,
¨falsedad intelectual¨ que le aplica a su esposa y colaboradora. ¿Por qué esos
epítetos caben para la autora de los libros y no para el director que los
adapta? Si bien es cierto que El incendio y las vísperas no fue llevada
al cine, Jauretche a través de sus comentarios descalifica toda la literatura
de Guido y no solamente esta novela. Lo que pone en tela de juicio sin
nombrarlo es el éxito, el bestsellerismo que Guido protagonizó junto a Martha
Lynch y Silvina Bullrich, y con ellas al público lector que las leía para
espiar la vida de una clase que no era la suya.
A diferencia de Viñas, quien cuestiona
la legitimidad de los valores que Guido representa, Jauretche la descalifica
por la imitación y la falsedad de su propuesta. Ambos ven en Guido un modelo de
intelectual representativo de una clase social antagónica a la suya aunque no
coincidan en el grupo de pertenencia donde la ubican: mientras para uno es una
oligarca, para el otro es una autora de medio-pelo, clase media con
aspiraciones que imita las costumbres de la oligarquía o clase alta.[13] No es el objeto de este trabajo discutir la
pertenencia de Beatriz Guido a determinada clase social como la crítica parece
haber hecho en reiteradas oportunidades, sino observar la necesidad que tienen
los autores de identificarla con una clase social de la cual ellos quieren
diferenciarse, lectura que les impide ver cuestiones literarias o de la
tradición literaria argentina que Guido reescribe o modifica. Aislar El
incendio y las vísperas de otros textos como Fin de fiesta, por
ejemplo, también parcializa la lectura ideológica que ambos proponen, un texto
que critica en varios aspectos a la clase alta con la cual la identificaron y
que finaliza con el advenimiento del peronismo.
De acuerdo con la caracterización del
ensayo que propuse al inicio de este trabajo, su elección a los fines de los
dos autores tratados resulta pertinente para la lectura parcial, como toda
lectura, que realizan. Tanto Viñas como Jauretche leen a Guido desde lo ideológico, campo en el que mayores y más
claras diferencias tienen y desplazan a segundo plano categorías que podrían
haberlos acercado. En el caso de Viñas, compartía con Guido en ese momento una
activa labor como guionista y adaptador para el cine, incluso trabajaron con el
mismo director en el caso de Fernando Ayala quien llevó al cine textos de ambos[14].
La común importancia que ambos compartieron, la popularidad que el cine dio a
Guido y su llegada a través de los
medios de comunicación desaparecen
detrás de la lectura de representaciones sociales (los criados) o culturales
(la oligarquía). Los valores de clase que critica de la autora son la única
categoría útil para referirse a su literatura y que permiten inscribirla dentro
de la tradición literaria argentina,
una tradición a la que el parricida Viñas no desea pertenecer. Diferenciarse de
ella es, a la vez, una declaración de principios: se está escribiendo (él está
escribiendo) una nueva literatura argentina, una nueva y diferente
tradición. En el caso de Jauretche,
intelectual de tradición popular, elude en su lectura el trabajo de reescritura de géneros y
estereotipos populares que realizó la autora. Es más, ni siquiera la considera
una integrante de la literatura nacional sino parte del mercado literario
argentino.
En
la diferencia ambos autores se autodefinen, se distancian de una clase y de un
conjunto de valores pero escriben un modelo de escritora con el cual les
interesa establecer, ante todo, su diferencia. La lectura de la literatura de
Beatriz Guido desde ese lugar les permite construir su propia identidad
política cuando hacen ¨aparecer¨ una figura de escritor al servicio de un
sector social. El llamado ¨ensayo literario¨ resulta una clase de ensayo que en su deslectura
escribe una imagen no solo de autor sino también del sistema literario del
cual da cuenta, genera configuraciones ideológicas que trascienden en mucho al
texto o autor sobre el cual ensaya y prefigura un perfil de intelectual.
Bibliografía
-
Galasso, Norberto (1997) Jauretche. Biografía de un argentino. Rosario,
Homo Sapiens.
-
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Jauretche¨. Cátedra Libre Arturo Jauretche. Facultad de Ciencia Política y
RRII. Universidad Nacional de Rosario. 22/11/2002.
-
González Echeverría, Roberto
(1983) ¨David Viñas y la crítica literaria: De Sarmiento a Cortázar¨. En
Isla a su vuelo fugitiva. Madrid, José Porrúa Turanzas, pp. 103-122.
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Grüner, Eduardo (1986) ¨El ensayo,
un género culpable¨. En Un género culpable. La práctica del ensayo:
entredichos, preferencias e intromisiones, pp.13-21. Rosario, Homo
Sapiens.
-
Hume, David (1988) ¨Sobre el
género ensayístico¨. En Sobre el suicidio y otros ensayos, pp.25-30.
Madrid, Alianza.
-
Jauretche, Arturo (2002)¨Una
escritora de medio pelo para lectores de medio pelo¨. En El medio pelo en la
sociedad argentina. Obras completas, volumen 3. Buenos Aires,
Corregidor, pp.
-
Mattoni, Silvio (2001) ¨Montaigne:
el sujeto del ensayo¨. En Nombres, 16, pp.39-67.
-
Rosa, Nicolás, ¨Viñas: la
evolución de una crítica¨. Los libros nº 18, abril, 1971, pp.10-14.
-
Schvartzman, Julio (1999) ¨David
Viñas: la crítica como epopeya¨. En Jitrik, Noé (director) Historia crítica
de la literatura argentina. Vol. X, Susana Cella (dir. del volumen) La
irrupción de la crítica. Buenos
Aires, Emecé, pp.147-180.
-
Viñas, David (1994) ¨´Niños´ y
´criados favoritos¨: de ¨Amalia¨ a Beatriz Guido a través de ´La Gran Aldea´¨.
En Literatura argentina y realidad política. Volumen 1. Buenos Aires,
CEAL, pp.78 a 112.
[1] Entrevista realizada por Reina Roffé y J.C.Martini Real, ¨Beatriz
Guido: denuncia, traición y contradicciones de una escritora argentina¨. En
Beatriz Guido, Los insomnes. Bs.As., Corregidor, 1973, pp. 31 y 34
respectivamente
[2] En Literatura argentina y realidad política.
[3] En El medio pelo en la sociedad argentina.
[4]El artículo al que hago mención se refiere específicamente a De
Sarmiento a Cortázar pero dado que este resulta una reelaboración y
ampliación de Literatura argentina y realidad política , me permito
citarlo en referencia a los ensayos de 1964.
[5] Entre paréntesis indico el número de página de Literatura argentina y realidad política (los datos de edición figuran en la
bibliografía al final de este artículo)
[6] Los subrayados son míos.
[7] Emir Rodríguez Monegal da la denominación de parricidas a
la generación de escritores e intelectuales que se fija en 1955, al amparo de
la caída del peronismo en su ensayo de 1956 El juicio de los parricidas: ¨Al
estudiar el juicio que la nueva generación argentina instaura a sus maestros (o
padres, como los llamó para siempre Murena) traté de mostrar, sobre todo, lo
que podría llamarse la constante generacional: la actitud de crítica y de
rechazo, o de aceptación condicionada.¨ Cita tomada de Historia de la
literatura argentina, ¨La narrativa: la generación del 55¨. Bs.As. CEAL,
pg. 1252.
[8] Literatura argentina y realidad política, p. 109.
[9] Frente a la pregunta acerca de su fidelidad a la clase burguesa u
oligarquía, Guido responde: ¨Sí, soy fiel a mi clase. Hice una política mala
pero no en lo último. En Escándalos
tomo conciencia; no en El incendio donde le hago el juego a la derecha.¨
Joffré-Martini Real, p. 12.
En la página
siguiente agrega: ¨No estoy de acuerdo con los parricidas que además de Monegal
lo inventaron los hermanos Viñas en aquel número sensacional de Contorno. Fueron
parricidas porque esa generación fue traicionera.¨
[10] Nótese cómo los términos de fidelidad/traición aparecen en la nota
anterior en la voz de Beatriz Guido para referirse a sí misma y a los
parricidas. La misma dicotomía en las voces de ambos adversarios.
[11] Norberto Galasso en Jauretche. Biografía de un argentino cita
las siguientes críticas:
Revista Siete
Días, 25/4/1967: ¨Su estilo está poblado de casi todos los atributos del
criollismo: reticencia, socarronería, gravedad y hasta algún exceso, como la
feroz disección de Beatriz Guido, veinte páginas en las que el libro alcanza
una acritud panfletaria desmesurada.¨
Clarín,
25/12/1966: ¨(Jauretche) Era, tal vez, los de espíritu más fuerte y tenían en
el panfleto su natural vía de escape... Jauretche ha sido uno de los más
eficaces panfletistas de esa generación.¨
[12] Federico Neiburg cita un párrafo de Los profetas del odio donde
Jauretche se refiere a su propia retórica: ¨En el lenguaje llano de todos los
días, hilvanando recuerdos, episodios o anécdotas, diré mis cosas como se dicen
en el hogar, en el café o en el trabajo (...) utilizando la comparación, la
imagen, analogía y las asociaciones de ideas con que la gente común se maneja
en su mundo cotidiano.¨ En Neiburg, Federico. Los intelectuales y la invención del peronismo. Bs. As., Alianza, 1998, p. 61.
Algo similar sucede en las primeras páginas
de El medio pelo... a propósito de ¨el estaño¨ (el
mostrador) como método de conocimiento en detrimento de las teorías
universitarias como método para describir y analizar la sociedad.
[13] A esto podemos sumarle una tercera ubicación de clase si sumamos la de
Juan Carlos Martín Real y Reina Roffé, cuando homologan ¨oligarquía¨ y
¨burguesía¨ en la pregunta del reportaje ya citado: ¨¿Estabas en la otra vereda
por fidelidad extremista a la clase burguesa, a la oligarquía?¨ (p 12)
[14] Me refiero a El jefe (sobre la novela de Viñas) y Paula
cautiva (sobre el cuento de Guido).
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