Esp. Lic. Miriam
Persiani de Santamarina
ETR Generalista de Primaria
Desde
hace mucho tiempo se viene hablando de la crisis existente entre la escuela primaria
y la tecnología; o más precisamente entre las prácticas educativas y las
herramientas tecnológicas.
A mi entender, tal crisis no se vive como
tal, dado que no se instala un conflicto con el fin de ser resuelto y que de
esta manera se produzca un nuevo aprendizaje (conflicto cognitivo de los
docentes que deberían analizar la relación que se establece en las escuelas con
dichas herramientas tecnológicas).
Sin embargo, lo que existe es una
permanente confrontación entre las prácticas de lectura y escritura
tradicionales y el uso de medios tecnológicos, que hasta parecen convertirse en
enemigos acérrimos dispuestos a librar
batallas dentro y fuera de las escuelas.
Desde las instituciones educativas se pone
en tela de juicio el modo en que los niños se vinculan con los medios. Mientras
que estos últimos “atacan” a la escuela mostrándola como un lugar donde los
estudiantes se aburren y se les aniquilaría el deseo.
Desde esta perspectiva, los medios
ganarían la primera contienda, porque ante este desencanto los chicos buscan en
otros ámbitos la manera de disfrutar de experiencias de aprendizaje placenteras.
Así, se produce una brecha casi inalcanzable entre los saberes- selectivos
transmitidos y enseñados por los docentes, y los saberes-mosaico que sobre
todas las asignaturas circulan fuera de la escuela y que son aprendidos a
través de internet, de la televisión e inclusive del teléfono celular.
Cuando desde la escuela se trata de tener
una conciliación, se planifican situaciones didácticas que requieren del uso de
tecnologías digitales de reproducción y/o archivo; pero como elementos
aislados, de uso ocasional e incorporados de manera extraordinaria, o bien
convirtiéndolos en objeto de estudio, tal como ocurre con la asignatura
Tecnología de la Información y la Comunicación en la escuela secundaria.
De esta manera parecería más bien, que se
trata de cumplir con un requisito formal de actualización en alfabetización
tecnológica, pero que resulta ficticia y que a su vez, suele complementarse con
una actividad en la que se termina utilizando lápiz y papel para plasmar las
ideas principales por escrito (que quede algo escrito en el cuaderno o la
carpeta).
Utilizar en una clase un video para ver
una película y realizar un debate y responder luego un cuestionario; o pedir a
los niños que traigan como tarea información bajada de Internet, no significa
que se estén poniendo en práctica nuevas maneras de leer y de escribir.
Tampoco se trata de trabajar en una clase
analizando las características de un programa televisivo, simular un programa
radial o enseñar qué es un hipertexto; la tecnología no puede remitirse meramente
a la novedad de algunos aparatos sino a nuevos modos de percepción y de
lenguaje, a nuevas sensibilidades y escrituras
en los cuáles se van integrando distintos saberes no como la suma de las
partes sino como nuevas experiencias que se organizan coherentemente para
lograr propósitos didácticos y comunicativos con nuevas miradas.
A simple vista lo que uno podría
cuestionarse es porqué no se aplican nuevas técnicas de enseñanza y de
aprendizaje como experiencias habituales; utilizándose los recursos tecnológicos
al servicio de la práctica educativa.
Para poder dilucidar esta incógnita,
habría que saber qué conocen los maestros
acerca de estas prácticas y poder reconocer la identidad profesional de
los maestros en torno de sus propias experiencias de lectura y de escritura
desde el rol docente; identificándose
con sus colegas a través del guardapolvo, la tiza, el lápiz y no así con la
computadora, por ejemplo.
De algún modo esto implicaría poder
apropiarse de un nuevo recurso generando otro
paradigma de la práctica docente;
que podría trascender novedosamente de la escritura y lectura de libros, a la
lectura y escritura de medios, como se logró avanzar en otro tiempo, de la
oralidad a la escritura. Pero, del mismo modo en que la oralidad como macrohabilidad
del lenguaje, se integra con el resto de las mismas (escuchar, leer y
escribir), el libro se complementaría con el resto de los medios o recursos
tecnológicos.
Se
debería poder hacer una autopsia a la modernidad tecnológica poniendo en crisis
lo que se ha tomado por natural e incluso por obligatorio no descartándose lo
que hasta ahora podría venir funcionando, sino más bien optimizando la práctica
cotidiana, aggiornándola a un modelo social que privilegia el consumo de medios
tecnológicos.
Sin embargo, es imprescindible que se genere el debate aún inexistente acerca de la
relación y/o el vínculo que se debe establecer con las nuevas tecnologías en
cada institución en particular.
En la discusión se deberá poner de
manifiesto que los medios lejos de ser rivales, han logrado instaurar a través
de Internet y de los mensajes de texto de los teléfonos celulares, la escritura
en la sociedad. También se tendrá que comprender que la cultura electrónica
para poder sobrevivir y no ser un mero pasatiempo necesita de la escuela como
nunca necesitó de ella la cultura audiovisual; requiriéndose así, de maestros
que sean teóricos de la lectura y a la vez alfabetizadores digitales.
Desde este lugar, los docentes podrán
hacerle frente a periodistas, cantantes, estrellas de cine y de televisión,
asumiendo que el conocimiento es más que información y que la cultura como
memoria del significado es más que la actualidad como presente amnésico ; por
eso la escuela no debe perder de vista cuál es su función, reconquistando su
lugar de poder con la revalorización de las prácticas educativas, debiendo
jerarquizar sus propósitos pedagógicos.
Por último, me parece oportuno mencionar
la definición de educación enunciada por Hannah Arendt proponiéndola como
“disparadora” para comenzar a reflexionar sobre este tema:
“La
educación es el punto en el que decidimos si amamos al mundo lo suficiente como
para asumir una responsabilidad por él, y de esa manera salvarlo de la ruina
inevitable que sobrevendría si no apareciera lo nuevo, lo joven. Y la educación
también es donde decidimos si amamos a nuestros niños lo suficiente como para
no expulsarlos de nuestro mundo y dejarlos librados a sus propios recursos, ni
robarles de las manos la posibilidad de llevar a cabo algo nuevo, algo que
nosotros no previmos; si los amamos lo suficiente para prepararlos por
adelantado para la tarea de renovar un mundo común”.
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