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lunes, 7 de octubre de 2013

ARTÍCULO: Antígona hoy

Nancy Miranda
ETR de Filosofía

La tragedia se ha instalado, pero “ha marcado la historia como terror mucho más que como destino”. Terror a reconocer que la tumba permanece abierta esperando que algún orden sea posible. La tragedia en la que ningún destino parece cumplirse, se interroga a sí misma para doblegarse frente al mal sin aditivos.[1]

Tragedia y política

Durante el siglo V  la tragedia griega es en Atenas el arte literario por excelencia. Los griegos supieron perfeccionar este arte de una manera particular, que aún hoy nos asombra y nos seduce. La tragedia antigua se refiere a situaciones extremas en relación con la vida y la muerte, del hombre con sus dioses, en ella se encarna conflictos objetivos de valores en el mundo y de los dioses en el mundo.
A pesar de los siglos transcurridos la tragedia sigue palpitando y trascendiéndonos, quizás el motivo sea que el material del que está construida nos devela la adversidad, la fragilidad y precariedad de la vida dejándonos desnudos frente a lo vulnerable e incierto de  nuestra existencia.


Podríamos preguntarnos entonces qué relación puede existir entre tragedia y política. ¿Qué tienen en común? Política, que viene de polis, incluye no solo lo concerniente al poder y a su ejercicio, sino al entramado múltiple y complejo de las relaciones sociales. La crisis política  tiene lugar cuando por alguna circunstancia en una sociedad determinada se rompe el equilibrio de fuerzas del cual depende su estabilidad. Si el cuerpo social se fractura por los conflictos  allí mismo se gesta lo político. Lo político es intrínsecamente, esencialmente conflicto.
Tanto el mundo de la tragedia como  el mundo de la política  polemizan con el mismo objeto: el conflicto. La tragedia es una versión estetizada del conflicto. Por ello, ésta es  un género interesante para pensar la cuestión política.

En este trabajo nos proponemos dialogar con Antígona desde nuestra actualidad, sabemos que no sería  lícito someter mecánicamente el texto de Sófocles a nuestra realidad, ni a nuestro tiempo, ya que los dos se desbordan, pero es inevitable sentir que esta tragedia  habla de nosotros, de nuestro pasado reciente.  La  pregunta sería entonces. ¿Por qué Antígona? ¿Cuál es el tema que convoca esta tragedia? ¿Por qué, después de siglos de su primera puesta en escena, sigue imponiéndose entre nosotros?
Si bien ya mucho se ha dicho sobre esta tragedia y son  múltiples  los pensadores que la analizaron no podemos desconocer que una  de las más importantes interpretaciones fue la hecha por Hegel.
Antígona de Sófocles es considerada por Hegel como una auténtica obra maestra. Para Hegel  el más elaborado y acabado producto del arte griego es la tragedia ática. En ella se refleja la oposición entre las leyes divinas y las leyes humanas que pone de manifiesto la contradicción que condenaba a muerte a la sociedad griega, víctima de la tensión entre los valores morales de la ciudad, encarnados en la figura masculina, Creonte, y los valores morales "naturales" que profesa Antígona como mujer. Las leyes divinas marcan el deber ineludible de la familia para con los muertos. Pero por otro lado tenemos las leyes de la ciudad. Creonte, con la autoridad que le atañe, prohíbe mediante un decreto enterrar al enemigo. Polinices -hermano de Antígona- ha muerto, y según lo establecido por las leyes de la ciudad, no debe ser enterrado. Sin embargo, Antígona desoyendo tales decretos intenta hacerlo a pesar de que tal desobediencia deba ser pagada con la vida. A consecuencia de su acto de rebeldía, Antígona, es castigada y condenada a muerte. Creonte ordena encerrarla viva en una cueva. Una vez recluida allí, Antígona se suicida. Luego también Hemón -hijo de Creonte- se quita la vida por no poder soportar la pérdida de su prometida. Ante la actitud de su hijo, Eurídice desgarrada también se quita la vida. Creonte horrorizado por la cadena de muertes y de locura se lamenta no haber escuchado el oráculo de Tiresias, lamenta la pérdida de su hijo y de su esposa, de haber sido tan ciego. En Antígona encontramos un conflicto entre dos legalidades imposibles de conciliar. Ni Antígona, ni Creonte ven la totalidad de la realidad, por eso tienen una conciencia cierta de sí, pero falsa. Falsa porque no pueden ver la verdad en el otro.
Antígona de  Sófocles traspasó los siglos con una inquebrantable direccionalidad. Y podríamos afirmar que esto se debe a que  en su trama trágica se enuncian  muchos de los  conflictos, ambivalencias  y tensiones propias de la condición humana: esto es, las confrontaciones entre hombre y mujer, Estado e individuo, senectud y juventud, vida y muerte, humanidad y divinidad. Antígona y Creonte encarnan dos aspectos opuestos de la realidad del mundo. Creonte es un hombre maduro que ostenta el poder, que rige y obra en nombre de la comunidad, en defensa de los habitantes de la polis, que representa la autoridad y “superioridad” masculina sobre la que se funda la organización patriarcal, social y cultural de Occidente.
Antígona, por su parte, es la joven mujer que se rebela ante la ley humana invocando la libertad de obrar conforme a sus propias ideas y a sus sentimientos, que asume la defensa de los muertos guiada por la piedad y el amor, se rebela, desafiante, ante la pretendida superioridad masculina, desde ese restringido espacio asignado a la femineidad, ante la cólera del hombre-soberano y el asombro de su hermana, Ismena.  Tal enfrentamiento (el de Creonte y Antígona) giran en torna a la ambivalencia del amor y el odio. Tanto Antígona como Creonte llegan a definirse a sí mismos y a reconocer al otro en la confrontación de esas antinomias esenciales.
Creonte considera que quien se rebela contra el Estado pone en riesgo su propia vida. Creonte no puede perdonar a esta joven apasionada, y esta joven apasionada no puede arrepentirse. A ella la asiste una convicción mayor, ancestral, doméstica, sanguínea, privada, personal, íntima. A él, el orden de la "polis", el temor a la anarquía, la intolerancia a la desobediencia. La suya es la razón del Estado, la de ella la ley natural. Ambas, confrontadas, no se resuelven en ninguna síntesis.
Antígona posee  la virtud de actualizarse constantemente. Y ello se debe a que este mito moviliza aspectos muy profundos de la existencia. La existencia entendida como el modo de ser propio del sujeto humano. Antígona y Creonte representan más que dos derechos opuestos y a la vez iguales en importancia ética. Es algo más complejo que la síntesis hegeliana, pero también mucho más simple: la naturaleza humana tomada en sí, con las posibilidades y limitaciones de su acción, en torno a la cual giran todo tipo de antinomias no siempre solubles. El problema de fondo, tan antiguo y tan actual, es el de la incomunicabilidad de los criterios humanos en torno a las determinaciones. Esta tragedia es muy cercana a la filosofía porque tiene el valor de calar hondo en el sentido trágico de la existencia, de la vida. Quizá podamos adjudicar esta situación a las múltiples maneras en que el individuo se enfrenta al mundo y en consecuencia lo comprende. Es la manera de comprender el mundo lo que lleva inevitablemente a actuar en él. Y en esto mismo consiste la tradición trágica: comprender. El hombre no puede existir sin asumir la responsabilidad de sí mismo. Por ello, también este existir es ético. Es ético porque el hombre siente la necesidad de elegir la propia vida y en este acto de elección asume también ineludiblemente una responsabilidad para sí mismo y al mismo tiempo para los otros.
Queda claro que Antígona sólo ve los derechos de familia y no concede ninguno al Estado. De igual manera Creonte ve solo el lado del Estado. Según Hegel es tragedia porque el espíritu griego está atrapado en ella. No hay reconciliación posible. Antígona y Creonte son dos mitades complementarias pero antitéticas. Ambas son conciencias ciertas pero falsas. Falsas porque no ven la totalidad. Cada uno pertenece a una de las dos leyes como sustancia. A cada uno su acción se le aparece como algo que tiene que realizar. Cada uno reconoce su sustancia como universal, supera su subjetividad, cada uno asume para sí algo que es superior a ellos mismos: Es costumbre, es hábito, es tanto deber y derecho.
La filosofía de Hegel destierra a la moralidad del hombre individual para constituir con ella un cosmos ético separado. La sustancia ética, para Hegel, no está en el individuo. El individuo es algo "accidental" en relación con la "eticidad". Para Hegel, que el individuo sea es algo indiferente para la eticidad objetiva, que es lo permanente y la fuerza que gobierna la vida de los individuos. La moral es una instancia del espíritu objetivo que se ocupa de la vida moral en su aspecto interior, como la conciencia moral. La voluntad en la moralidad se vuelve objeto para sí mismo.
La eticidad es el contenido ético plasmado objetivamente en la forma concreta de la vida de los pueblos. Por tanto, la verdadera sustancia ética no está encerrada en la conciencia, sino que está en el mundo de las instituciones, en el mundo existente, en la familia, en la religión, y culmina en el Estado. Instancia que refleja el devenir del espíritu en su forma objetiva. Para Hegel la moralidad como una instancia subjetiva e interior, como conciencia moral que se dicta ley a sí misma es algo que apareció recién a partir de Sócrates:
"Los griegos, durante su período de florecimiento, en su serena moralidad, no tenían el concepto de la libertad universal. Tenían sí, lo decente, pero no una moralidad o conciencia moral. Una moralidad, que es vuelta del espíritu sobre sí, la fuga del espíritu dentro de sí, no existía; esto sólo comenzó con Sócrates.” [2]
 ¿Cómo pensar  Antígona hoy? 
Todas las épocas atraviesan  crisis, más  o menos profundas, con lo cual se pone en marcha inevitablemente el desarrollo de una reflexión ética.  Ethos significa refugio, guarida, casa. En este sentido, es el lugar donde refugiarse, lugar que acoge, nos da seguridad. Pero en épocas de crisis no se encuentra con facilidad ese ámbito de seguridad, de pertenencia a un grupo que defina nuestra identidad moral.  Hegel, como ya lo mencionamos antes, encuentra el momento de mayor aproximación a la realización del ideal ético en la polis griega. Allí patriotismo y religión de la belleza se encontraban entrelazados,  tiñendo la vida del ciudadano, impregnando  toda su existencia. La identificación del ciudadano con su Estado era tal –dice Hegel- que no temía a morir porque éste lo sobrevivía. En la polis el ciudadano griego  se encuentra fundido en su Ethos, pero con la aparición de la individualidad, de la singularidad del individuo, o de la autoconciencia, tal eticidad se diluye. La tragedia antigua sirve para representar la oposición entre autoconciencia ética y destino. Destino que significa la desaparición de la bella totalidad ética. Destino como desarrollo interno del carácter. Es lo que el hombre es. Su vida y su “pathos” propios, pero que se aparece como ajeno.
Cuando la polis no nos ofrece seguridad, contención, cuando la amenaza de guerra, de inseguridad nos presiona buscamos soluciones alternativas. ¿Cuáles son las alternativas cuando la identificación de nosotros ciudadanos con el Estado se encuentra diluida? ¿Qué sucede cuando la crisis devela la desvinculación de la política y la ética? ¿Cuáles son las opciones? ¿Podemos elegir, o más bien debemos resignarnos?
Para Hegel el Estado justo es el que posibilita la realización de la libertad de todos sus miembros. El concepto de libertad es central en su filosofía del derecho. Según este autor, el hombre es en potencia un ser libre, y se desarrolla como ser racional cuando desarrolla su libertad. Hegel entiende la libertad como la capacidad de autodeterminarse por lo universal. El ciudadano es la conciencia particular elevada a la universalidad. Estar determinado por lo universal significa estar determinado por algo impersonal, válido para cualquier persona dentro de un mismo Estado. La persona que se guía por la razón universal actúa por el bien común. En consecuencia, cada individuo obtiene su plena libertad sólo en el Estado racional, donde se llega a la identidad entre la voluntad de cada individuo y la voluntad del Estado. La Historia es la tendencia hacia la realización de la libertad.
Pero, ¿hace falta decirlo?, el reino de la libertad  en la historia no se ha  realizado. Por tanto, el acto de elegir ineludiblemente nos enfrenta con la transgresión.  Elegir, actuar, es hoy por hoy, siempre un delito. La tensión de la tragedia de Sófocles se actualiza una y otra vez,  nos toca de cerca, nos interpela porque la alternativa trágica  mantiene su potencia si la interpretamos  como conflicto  entre el orden social y el individuo, y no entre éste y el orden religioso.
Ninguna sociedad  está, ni estuvo  exenta de padecer las fragilidades y vulnerabilidades propias de la existencia, ni ninguno  de nosotros de   sentirnos expuestos a lo imprevisto, de estar traspasados por incertidumbres.
¿Cómo no leer el enfrentamiento entre Creonte y Antígona sobre el marco de las desapariciones de los cuerpos, de nuestros cuerpos insepultos, y del Estado erigido en ley de la muerte?
Antígona, al autodeterminarse en su posición, no sólo habla por sí misma, a través de ella también hablan aquéllos que por temor no enfrentan a la censura y a la muerte. Ella simplemente ejerce, en acto, su derecho al  duelo  frente a una tragedia que la conmovía más allá de todo.
Antígona: “¿Cómo hubiera conseguido una gloria mayor que dando tumba a mi hermano? Sé que a todos agrada también este hecho, si no fuera que la boca se les cierra de miedo. Pero, así es la tiranía con sus muchos otros privilegios, como que le es lícito hacer y decir lo que quiere.”(500)
J. Butler dice que “Antígona, cuando arriesga la vida al enterrar a su hermano en contra del edicto de Creonte, es un buen ejemplo del  riesgo político que conlleva a desafiar la proscripción del duelo público en tiempos en los que recrudece el poder soberano y la unidad nacional se vuelve hegemónica.
La determinación de Antígona, no es meramente un deseo; es una decisión auténtica. Antígona eligió, y con esta elección expresó un acto de fidelidad consigo misma que para  nosotros representa la lucha, la tenacidad de aquellas madres que no  tenían ya nada que perder porque se les sustrajo lo más esencial, sus hijos. Indefectiblemente  este acto de elección – que es evidentemente una acción ética- hace visible que, “Hay un acto que es peor que la muerte y que no encuentra explicación en ninguna contingencia histórica: negar la posibilidad de morir como ser humano, desdibujar la identidad de los cuerpos en los que la muerte puede dejar testimonio de que ése que murió había tenido vida. Si la vida, en los hombres, sólo se manifiesta en sujetos únicos, la muerte genérica es incapaz de mencionar la muerte humana; por eso es inagotable la necesidad de saber cómo murió cada uno y, por eso, la incertidumbre no tiene consuelo.”
Que sea el carácter femenino el que se opone al poder del Estado (la represión fue ejecutada por una institución masculina y patriarcal: las fuerzas armadas y la policía).  Produjo en nuestro país,  “la creación de organizaciones de derechos humanos ancladas en el parentesco con las víctimas directas, (Madres, Abuelas, Familiares, Hijos, Viudas o Comadres). Las mujeres aparecen en la escena pública como portadoras de la memoria social de las violaciones de los derechos humanos. Su performatividad y su papel simbólico tienen también una carga ética significativa que empuja los límites de la negociación política, pidiendo «lo imposible». Su carácter de género también se manifiesta en algunos de los iconos y actividades rituales de estas organizaciones: el uso de pañuelos y pañales, las fotografías y las flores”. (Jelin 2001)

Conclusiones
En Argentina durante la última dictadura militar se llevo a cabo un operativo perverso que situaba la constitución de la identidad, tanto de individuos como de grupos políticos, sobre la superficie de lo siniestro: La memoria herida, la identidad amenazada. La identidad no es solo el estatuto jurídico de una persona, por cuanto inmediatamente va mucho más allá de este:
La identidad es condición de posibilidad para la formación de subjetividad y por consiguiente de memoria. Y esta última también es un derecho. Existe  la necesidad de un relato unificado del pasado para la construcción de la identidad colectiva de una nación y de su proyecto como tal. El pasado importa en la medida en que nos constituye no solo individual sino colectivamente.
La identidad es una compleja dimensión ético-política que presupone para su conformación en el espacio público de la identidad contemplada jurídicamente. En tanto las narrativas y los discursos identitarios que circulan  por medio de las instituciones y sus prácticas, y justamente, en virtud de que decimos narrativas y prácticas es que no se limita simplemente al estatuto jurídico. Así, es como la perversidad de la dictadura ha logrado penetrar  hasta la cotidianidad de la vida, desmintiendo eficazmente, el postulado de que la familia “ámbito de lo domestico” no participa de los asuntos de la polis. La apropiación no se limita a la sola falsificación de un nombre sino que mutila con violencia toda una biografía ético-política. Realiza un nuevo orden, el de la imposición dogmática. Restringe la libertad a los efectos del ocultamiento. Viola el derecho a la identidad. El “ser” no es abstracto tiene densidad y re-clama.
 Antígona reclama, como muchos, el derecho a homenajear a la persona en el momento de su muerte de la forma más justa y digna, el derecho al duelo, el derecho a ser sujeto y objeto de memoria, a recordar y ser recordado. Porque las víctimas, familiares y amigos, y en general, la sociedad poseen derechos que atañen al momento posterior a la muerte.
Parafraseando a George Steiner …Los desaparecidos son nuestra memoria. Son  una marca que nos condiciona y constituye, con la que cargamos y que no hay justicia que pueda compensar. Los desaparecidos son una marca con la que debemos vivir, como una terrible elección.
En este sentido la decisión de Antígona fue una elección autentica, una verdadera acción ética. Casi imposible no asociar tal acción con aquellas madres que no tenían ya nada que perder porque se les sustrajo lo mas esencial….

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Ciertas palabras cultas, confinadas durante mucho tiempo en los diccionarios y la prosa académica tiene la suerte, o la mala suerte –como una solterona resignada que se transforma, sin comprender por qué, en la estrella de una fiesta- de salir de repente al aire libre de los tiempos, … de ser publicitadas, impresas televisadas, mencionadas hasta en los discursos gubernamentales…. La palabra ética está hoy bajo los reflectores.[3]
Hoy podríamos decir lo mismo de la palabra memoria, de los estudios, los debates, las políticas de la memoria, de  una ética de la memoria o de la ética en la memoria, de los usos ejemplares  y los abusos (también ejemplares) de la memoria. Tenemos una  maestría en memoria, una pedagogía de la memoria, tenemos la canción de Gieco de la memoria, las plazas, los congresos, los museos y los monumentos, hasta tenemos una post-memoria.
Memoria, ética, cuerpos sin sepultura, mal radical, son términos plenos de vigencia, tragedia no, la palabra tragedia no se usa mucho hoy, en ese conflicto insoluble esa tensión que no se resuelve, aquí radica la fuerza de Antígona, en pensar la memoria desde esa imposibilidad, como -esta es la frase que más me gusta-   presencia de lo ausente, en ese  profundo, presente y  hondo, sentido encuentro la actualidad de Antígona, como memoria, que se sabe imposible, y es en su imposibilidad donde habita su potencia. La soledad de Antígona es hoy; el libro en el que Primo Levi contó lo que nadie quería saber, ese que ninguna editorial quiso publicar, es la  ronda de las madres  como isla en el océano del mundial 78.  El valor de Antígona sigue estando hoy en  atreverse a pensar de qué forma lo impensable se hizo posible, el deber de memoria sigue siendo hoy decir lo que nadie quiere escuchar, pensar lo que incomoda.
Una palabra más para pensar Antígona hoy, las madres de la plaza, la memoria: Parresía –aquel que dice la verdad-  vinculada al estatus social (enfrentar al poder) al peligro: el parrhessiastés dice algo peligroso para si mismo, esta en una situación de riesgo.[4] Vinculada a la verdad si, pero también a creencias, a cualidades morales y sobre todo al coraje  de decir algo que pone en riesgo la propia vida. Esa actitud de quien lanza la verdad a alguien que cuenta con el poder de castigarlo por ello. No se trata sólo de mostrar la verdad sino de ejercer una actitud crítica, el parrhesiastés es siempre menos poderoso que su interlocutor. Parece que finalmente no sería una  palabra reservada sólo para  uso de los varones.

Bibliografía

Butler, J.; Vida Precaria, el poder del duelo y la violencia, Bs. As, Paidós, 2006  
Hegel, F. Principios de la filosofía del derecho, Bs. As., Sudamericana, 2004
Hegel, F.; La Fenomenología del Espíritu, México, F.C.E., 1973
Sófocles, Antígona, Bs. As. Biblos, 2005
Weil, Eric, Hegel y el Estado, Bs, As, Leviatan, 1996
Schmucler, Héctor. Ni siquiera un rostro donde la muerte hubiera podido estampar su sello (reflexiones sobre los desaparecidos y la memoria). Pensamiento de los confines, n. 3, septiembre de 1996 / Págs. 9-12
Jelin, Elizabeth. El género en las memorias.  En Los trabajos de la memoria, Siglo Veintiuno editores, España 2001. Cap. 6
Badiou, Alan. La ética. Ensayo sobre la conciencia del mal. México, Herder, 2004 Foucault, Michel, Conferencias Universidad de Berkeley (1983). Primera conferencia. Significado y evolución de la palabra Parrhsía.





[1] Schmucler, Héctor. Ni siquiera un rostro donde la muerte hubiera podido estampar su sello (reflexiones sobre los desaparecidos y la memoria).

[2] Hegel, La idea de la historia y su realización p. 46

[3] Badiou, Alan. La  ética. Ensayo sobre la conciencia del mal. México, Herder, 2004, p.23

[4] Foucault, Michel, Conferencias Universidad de Berkeley (1983). Primera conferencia. Significado y evolución de la palabra Parrhsía

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