Marcelo Bianchi Bustos
ISPEI Sara Eccleston –
CIIE
Cuando Ana Maria Machado (2004:
20) define a los clásicos diciendo que “ no es un libro antiguo y pasado de moda.
Es un libro eterno que no pasa de moda”, abre a posibilidad de pensar en otros
clásicos – más allá de los tradicionales – que no pueden faltar nunca en la
biblioteca de la escuela, en la personal y en cualquier sesión de lectura que
se desee realizar. Uno de estos, es sin duda cualquiera de los libros de Maria
Elena Walsh. ¿Cómo se puede explicar que
obras escritas en la década del 60 como Tutú
Marambá, Zoo Loco, El reino del revés, Dailan Kifki o los Cuentopos de Gulugú
sigan siendo preferidos por los niños y por los adultos (sean o no mediadores
de lectura). Sin duda el tiempo los ha convertido en clásicos de la literatura
argentina y universal, pero además de esto su calidad.
Uno de estos libros es CANCIONES PARA MIRAR, editado en el año
2000 pero que contiene muchas poesías y canciones ya publicadas por la autora
con anterioridad en otros libros, como por ejemplo Tutú Marambá, El reino del revés, Juguemos en el mundo y cancionero
contra el mal de ojo. Cuando el lector ingresa en este mundo, el de las
canciones, los personajes comienzan a desfilar y también la voz infnita de esta
autora que en todo momento intenta establecer un vínculo con el lector. Ya
desde el título ofrece una interrogante pues las canciones de escuchan o se
cantan, no se miran. ¿Se tratará de un error o existe alguna intencionalidad en
el uso de este verbo? La propia autora dice: “Estas y todas las canciones del
mundo fueron hechas para ser cantadas y a menudo el cantor se vale de papelitos
con la letra por si le falta la memoria: éste es un libro con esos papelitos”.
Ella misma dice que estas canciones, parafraseando a Victoria Ocampo, no son ni
viejas ni nuevas sino del color del tiempo. Pero ¿qué colores y qué cosas se
encuentran en ellas?
Cuando se lee “La mona Jacinta” o
“El gato Confite” ingresamos en dos mundo distintos, el de una mona que hace
monerías, a la que le gustaría ser reina pero que disfruta de su vida cotidiana
y el de un gato que no puede ir a la escuela por el dolor de muelas que tiene.
Como todo gato que ama a la luna se queja del dolor y su pena llega hasta ella.
El dentista es un poco desconocido, es un perro que le receta para que se le
pase “bombón de pescado”. Por suerte la
burja que se encuentra en el libro no hace brujerías sino que está presa dentro
de una burbuja, prisionera, hasta con su propia escoba.
En el mundo de esas canciones el
lector se encuentra una vez más con un clásico, “La vaca estudiosa”. ¡Qué raro
eso que paso en ese lugar de Humahuaca! Una vaca quiere ir a la escuela y se
terminan transformando en la única sabia de ese lugar. Tal vez la vaca pueda
ser una metáfora de algo, pueda ser leído como un signo, es decir una cosa que
está en lugar de otra cosa, y presenta la idea de que las cosas pueden ser de otro modo.
También el paso del tiempo se
hace presente en Los castillos. Ya no tienen ni princesas ni caballeros, sólo
pájaros muertos de pierdo:
“Los dragones y las alimañas
no los defendieron del tiempo.
Y los castillos están solo,
Tristes de sombras y misterios”.
Si bien los textos aparecen
ordenados de acuerdo con el libro en el que apareció publicado, se pueden
realizar otros ordenamientos muy atractivos y comenzar un recorrido por la Mona
que hemos mencionado y seguirlo con “El mono Moto Loco” o “El twist del Mono
Liso”. Lo mismo se puede hacer con los
animales y comenzar leyendo la poesía del ese gato al que le dolían las muelas
para seguir con “La calle del gato que pesca”, “La chacarera de los gatos” o “Marcha
.
Cada una de las canciones es una
invitación a otro mundo, como sucede por ejemplo en “El reino del revés” en la
que las cosas no son como convencionalmente se cree y hasta los cambios
propuestos en ese otro mundo van contra las leyes de la física.
Referencia bibliográficas
Machado, Ana María (2004) Clásicos, niños y jóvenes, Buenos Aires,
Norma.
Walsh, María Elena (2000) Canciones para mirar, Buenos Aires,
Alfaguara.
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