Irma Arroyo
Maestranda en Literatura para Niños
(Universidad Nacional de Rosario) – Postítulo en Literatura Infantil
(Universidad Nacional de Rosario)
La
imagen es, en primera instancia, un vehículo de transmisión de información que
depende, mucho más que el mensaje escrito, de la subjetividad del receptor.
Es
un tópico común la expresión “una imagen vale más que mil palabras”, aunque las
palabras que evoquen una determinada imagen pueden ser muy distintas, según
quien sea el que la mire. Considerar la transmisión de información a través de
la imagen como un lenguaje, implica reconocer que posee sus propias reglas y
que como vehículo de transmisión de información debe ser aprendido.
Cabe
preguntarse por que en la escuela estudiamos sobre la sintaxis y morfología del lenguaje y no pasa
lo mismo con el lenguaje visual cuando el lenguaje visual es algo de todos los
días. “Las imágenes son al lenguaje
visual lo que las palabras al lenguaje escrito”[1].
No obstante, resulta una paradoja que en la llamada civilización de la imagen,
se dé poca importancia al aprendizaje del lenguaje visual. Las imágenes
bombardean nuestra vista, pero somos incapaces de obtener de ellas toda la
información que contienen.
Para Villafañe[2], al
reflexionar sobre el fenómeno icónico en todas sus dimensiones, se observan
muchos aspectos, implicados en él, ignotos o desconocidos. De esta manera, para
este autor, surge la necesidad de encontrar un marco metodológico para el
análisis de las imágenes. Es decir, para poder decodificar
el mensaje que nos propone una imagen o una serie de imágenes debemos conocer
su lenguaje, para no quedarnos en una lectura superficial. Al leer una imagen
debo estar preparada, debo conocer el lenguaje que este mensaje propone. Así,
como ante un texto escrito establezco primero si reconozco el idioma, (ya que
una página escrita en alemán o chino difícilmente pueda significar algo para
mí: intuyo que encierra un mensaje, pero
soy incapaz de decodificarlo) y luego identificar el tipo de discurso, el tema,
el vocabulario (porque puede suceder que al leer un texto en español, este
trate de física cuántica, por lo que a pesar de entender las palabras, el
significado del texto completo en sí carezca de sentido); al “leer una imagen”
debo involucrar una serie de conocimientos previos, que deben ser adquiridos en
distintos niveles, tal y como sucede con la lengua escrita.
Esto
no es óbice para que cualquiera que desconozca estos fundamentos teóricos pueda
realizar una lectura válida de las imágenes.
El lenguaje visual es el sistema de comunicación más
antiguo que conocemos. Antes de que el ser humano articulara un lenguaje
escrito, y al mismo tiempo que existían formas verbales de comunicación poco
estructuradas que no han llegado hasta nuestros días, comenzó a realizar
representaciones visuales de otros seres humanos y de animales en las paredes
de las cuevas. Lo mismo ocurre con los niños pequeños, que antes de saber
escribir son capaces de realizar representaciones visuales. Esta es la
característica de la inmediatez, la razón por la que el lenguaje visual es un
tipo de comunicación que a un determinado nivel no necesita aprenderse para
entender su significado.[3]
Esto
significa que la alfabetización visual, en la mayoría de las personas, finaliza
con la adquisición intuitiva de sus fundamentos; lo que da lugar a dos
fenómenos: la carencia interpretativa de una mayoría y la posibilidad de
manipulación y apropiación del código visual por una minoría (en el arte, en la
publicidad, etc.)
“Por desgracia, en nuestro
sistema educativo no se comprende, ni se aprovecha, la lectura de imágenes como
una destreza o capacidad”[4]
No
obstante, antes de esbozar una metodología que intente explicar o analizar este
esquema de funcionamiento en la comunicación visual creo conveniente mencionar
que existen algunos argumentos que dicen que esta no es una tarea posible, o
cuanto menos provechosa. Estos argumentos son rebatidos por Martine Joly.[5]
Uno
de ellos cataloga a la imagen como un “lenguaje universal”, al exponer que la
percepción visual conlleva, en un mismo espacio, el reconocimiento y la
interpretación. Para Joly, deducir que la lectura de la imagen es universal
implica confusión y desconocimiento. La confusión es la que se produce entre
percepción e interpretación. En efecto reconocer tal o cual motivo no significa
comprender el mensaje de la imagen, dentro de la cual el motivo puede tener
significación particular. Reconocer motivos en los mensajes visuales e
interpretarlos resultan dos operaciones mentales complementarias, aunque
tengamos la impresión de que sean simultáneas. Por otro lado el reconocimiento
mismo del motivo demanda un aprendizaje. En efecto, incluso en los mensajes
visuales que parecen más realistas, hay muchas diferencias (grados de
iconicidad) entre las imágenes y la realidad que supone representar.
Es
este aprendizaje y no la lectura de la imagen lo que se hace de manera
“natural” (intuitiva) en nuestra cultura, donde la representación a través de
la imagen figurativa ocupa un lugar sumamente importante. Desde la infancia, al
mismo tiempo que aprendemos a hablar aprendemos a leer imágenes. Incluso a menudo,
las imágenes sirven como soporte para el aprendizaje del lenguaje. Y como en el
caso del lenguaje, hay un umbral de edad más allá del cuál, si no fuésemos
iniciados en la lectura y la comprensión de imágenes, el aprendizaje se vuelve
imposible.
Otro
argumento descansa en la intención del autor. Joly dice que si se evita la
interpretación de una obra con el pretexto de que no se está seguro de que si
lo que se entiende corresponde a las intenciones del autor, mejor no leer o
mirar nunca más una imagen. Lo que el autor quiso decir, nadie lo sabe; el
mismo autor no domina toda la significación del mensaje que produce.
Y
por último está el que considera al arte
como intocable: Tenemos la costumbre de considerar al campo del arte
opuesto a la ciencia, pensamos que la experiencia estética compete a un
pensamiento particular, irreductible al pensamiento verbal. Este prejuicio
acompaña a cualquier deseo de método de análisis de obras. Un enfoque bien
fundado de las obras de arte, y por consiguiente de la imagen, sobre el modo de
conocimiento, sea sociológico o semiológico, cae bajo sospecha.
“Es falso creer que la costumbre del análisis anula el
placer estético o bloquea la espontaneidad de la recepción de la obra. El
análisis es un trabajo que requiere tiempo y que no puede hacerse
espontáneamente; en cambio su práctica puede aumentar el placer estético y
comunicativo de las obras, ya que agudiza el sentido de la observación y la
mirada, aumenta los conocimientos y
permite así captar más información en la recepción espontánea de las obras.”[6]
Criterios para la definición
del libro álbum
Establecida
la imagen – ilustración como un lenguaje capaz de transmitir un mensaje
determinado, el siguiente paso es ver de qué manera este lenguaje se relaciona
con el lenguaje escrito. Las palabras impresas, que son dueñas de un estatus
inconmovible de transmisoras del saber por excelencia se ven enfrentadas a un
nuevo lenguaje, en el libro álbum.
¿Cómo
definir en principio que es un libro álbum?
Una
definición, si se quiere aséptica, nos dice que desde el punto de vista
editorial el álbum es un libro donde intervienen imágenes, textos y pautas de
diseño gráfico. Escarbando un poco en la superficie, podríamos decir que el
libro álbum se reconoce porque las imágenes ocupan un espacio importante en la
página, también porque existe un diálogo entre el texto y las ilustraciones,
están relacionadas de alguna forma. Es precisamente en esta forma de relacionar
texto e ilustración donde surge la clave que me permitirá definir con mayor
exactitud al libro álbum. En principio, en un espacio en el que converjan texto
e imagen, estos estarán relacionados, interconectados de alguna manera. En el
caso específico de la ilustración en los libros (sobre todo infantiles), esta
interconexión puede darse de tal manera que las imágenes aporten una lectura
que desborde la interpretación que el texto ofrezca pero que no lo desplace o
suplante. Es decir que si quitáramos las imágenes, el texto por si solo
resultaría aún inteligible y sería factible de interpretarlo sin dificultad.
Sin
embargo, como definición de género, esta interconexión no es suficiente para
que podamos considerar a un libro como álbum. Sino que debe ir más allá. Debe
haber una interdependencia entre los códigos textual e ilustrado, de tal manera
que el texto no pueda ser entendido sin las imágenes y viceversa. Para Uri
Shulevitz[7],
esta situación, que puede causar confusión cuando se pretende definir al libro
álbum o catalogar sus obras, se resuelve a través de definir las siguientes categorías:
concepto de libro álbum y formato de libro álbum. Esta categorización podría
entenderse de la siguiente manera: si en un libro, profusa y bellamente
ilustrado, al suprimir la ilustración, o reemplazarla por algo menos potente,
el texto sigue siendo comprensible, se está ante un libro con formato de álbum;
ahora, si es inevitable la presencia de ambos códigos para construir el sentido
y obtener una noción de los elementos como un todo, se trata de un libro álbum
como concepto.
“La
diferencia entre un libro de cuentos y un libro álbum no tiene que ver con la
calidad o la cantidad de palabras o ilustraciones, su esencia es diferente. Un
libro álbum responde a un concepto exclusivo y es un género único”[8]
Texto escrito y texto visual en el espacio diegético del
Libro álbum
A
lo largo de este trabajo me ocupé de desarrollar los diferentes conceptos
teóricos que hacen al análisis de la imagen y a su utilización como medio
simbólico y textual para transmitir un mensaje. El corolario lógico a este
desarrollo es proponer a la imagen como un elemento diegético que puede ser
usado en el libro álbum.
Al
hablar de imagen en el libro álbum estoy hablando, en la gran mayoría de los
casos, de ilustración. Manifestación artística que posee características
propias pero que se encuadra dentro de los parámetros que definen a la imagen y
sus funciones. En el proceso de generación de una ilustración, el ilustrador
enfrenta, por lo general, una
problemática que tiene que resolver de forma gráfica, la cual debe ser procesada
con base en un papel interpretativo y de comunicación por parte de él. Este
proceso puede ser frente a un texto escrito ya producido por otro (en forma
previa o por colaboración) o tomando el proceso de la génesis de la obra de
forma integral, es decir, creando el texto escrito y el texto visual de manera
simultánea. Sus posibilidades, en ambos casos, dependen de una serie de
elementos sujetos a su experiencia individualizada, así como de las diferentes
posibilidades visuales que se pueden presentar. En el camino, el texto
narrativo se enriquece frente a las posibilidades de intercambio de los códigos
de representación intervinientes, de manera que el resultado final nutre de
sentido a la historia. Esta causalidad inicial y esa dialéctica, junto con el
instrumental técnico y teórico actúan juntos de manera coadyuvante.
Hago
esta consideración a pesar de que a priori, la imagen de este tipo de obras
puede ser catalogada como fija-aislada y así restarle capacidad narrativa.
Villafañe, a propósito de la imagen fija-aislada nos dice: “…en el espacio de las imágenes aisladas, el
espacio es permanente y cerrado (…) las relaciones plásticas que crean no
trascienden el espacio acotado por el cuadro de las imágenes.” [9]
Según
la Real Academia Española, la diégesis
es: “en una obra literaria, el desarrollo
narrativo de los hechos”. Por consiguiente, los elementos que hacen a este
desarrollo narrativo pueden considerarse diegéticos, en tanto y en cuanto
resultan funcionales a lo que se pretende, es decir crear un mundo ficticio en
el que ocurran eventos dignos de ser narrados. La diégesis es una operación que
estructura una realidad, un mundo posible, que se configura a partir del autor
(emisor), pero que también involucra al receptor (lector) que debe
necesariamente extraer el significado de la obra, que no siempre se encuentra
al mismo nivel del que propone el autor. Al participar el lector en el devenir
de sucesos presentados, reelabora la propuesta en un proceso dialéctico de
unión y separación, obteniendo el significado dentro de un marco de
contradicciones que le permiten entender y no entender al mismo tiempo, dejando
que el texto lo lleve adonde quiera llevarlo. En consecuencia la diégesis es un
fenómeno que puede ser definido como la operación de estructurar una realidad
por parte del emisor, pero también como la construcción mental elaborada por el
receptor. Por tanto se trata de un sistema racionalmente selectivo de
intercambio simbólico.
Como ya expuse anteriormente, la imagen y la
palabra en el libro álbum van unidas férreamente en la producción de
significado, y es esta su faceta más sobresaliente y lo que ha llevado a muchos
autores a sindicarlo como un género nuevo. En este tipo de obra el lector tiene
a la imagen como una referencia desde donde parte para emprender el camino de
su interpretación, pero a diferencia de otras manifestaciones narrativas debe
también “rellenar” los huecos narrativos que intencionadamente posee el texto
escrito mediante la información que le aporta la ilustración. En este proceso
la imagen fija-aislada adquiere un valor subjetivo con carácter secuencial. Al
integrarse en un todo inseparable, el texto escrito y el visual producen
significaciones simbólicas y establecen el hecho narrativo en sí.
En
este marco generativo la imagen juega un papel de interpretación dentro del
marco diegético de la obra, es decir debe ser integrada a la interpretación que
el lector hará al final de su lectura. Las posibilidades hermenéuticas entonces
se multiplican, puesto que el valor obtenido no es unidimensional sino que, al
integrarse dos códigos diferentes, genera mayores posibilidades de
interpretación y una retro alimentación estética entre ambos textos. Yolanda
Guerra[10]
propone que es posible dar movimiento a través del vínculo intertextual con la imagen
fija, a pesar de que ambos textos son categóricamente diferentes: uno icónico y
el otro lingüístico, mediante el proceso de crear la primera acción diegética
comenzando por la imagen. De esta manera el lector tiene a través de la imagen
una referencia desde donde emprender el camino de su interpretación.
“Este lenguaje no puede ni debe ser comprendido todo en un
momento, las expectativas de interpretación se rebasan y sorprenden con su
significado. Trabajan para comprender lo que la obra dice, pasa por una
experiencia visual llena de significados, que se manifiestan a partir de que la
lectura permite involucrarse en ella, en el aquí y en el ahora del texto y del
propio creador, en donde se fusionan y producen los elementos que conllevan un
acontecer visual nuevo y único.” [11]
Siguiendo
estos lineamientos se puede establecer
que la ilustración, en la literatura infantil tradicional cumple un
papel extra diegético, porque enmarca a la narración en sí, que corre por
cuenta del texto escrito y no aporta un contenido narrativo significativo a la
historia (nótese que se hace mención al aporte narrativo y no a que la
ilustración utilizada de esa forma sea un apéndice estilístico poco
significativo. Abundan los ejemplos que descartan esta simplificación: La cenicienta
ilustrada por Innocenti, La Caperucita Roja ilustrada por Lewtibloski,
por nombrar algunos). Cumpliría así una función análoga a la de las bandas
sonoras en las películas. Y, que cuando hablamos de libros álbum, la
ilustración asume otra función: complementa a la narración, la redefine y en
algunos casos lleva su peso; integrando entonces el llamado marco diegético que
hace funcionar a la historia como tal. Para lograrlo, el ilustrador, que como
ya mencionamos asume el papel de autor único o en colaboración, busca que en
sus creaciones convivan texto e imagen en forma de enunciación secuencial
representada.
Relación entre texto e
ilustración, clave del libro álbum
Cuando leemos un texto creamos una “imagen” en
nuestra mente que es una representación de los signos escritos, en cambio al
observar una ilustración, esta nos presenta características propias de lo
representado. Es decir que la relación entre significado y significante es
mucho más evidente en la ilustración, aunque no por ello más simple. He
mencionado más arriba que la ilustración es una forma de narración, que se vale
de las reglas propias de la comunicación visual (por medio de imágenes) y que
comunica su mensaje ya sea por su propio contenido intrínseco (representado) o
por su organización de carácter narrativo. También como el texto complementa,
interactúa y en cierta forma regula la percepción visual de la ilustración,
haciendo surgir la historia en el “espacio diegético” de la página del libro
álbum.
Citamos
a Teresa Durán cuando afirma que “La
lectura de un relato está mucho más llena de procesos de asociación cognitiva
interna que la de lectura de una ilustración. En la decodificación de un texto
es mi yo quien lee, mientras que ante la imagen es el concepto de alteridad
quien sale a mi encuentro”.[12]
Generalmente se considera al texto
escrito como una forma progresiva y temporal, es decir narrativa, y la imagen
como una forma simultánea y espacial, es decir descriptiva. Sin embargo, en el
álbum, no estamos antes imágenes aisladas, sino ante una encadenación de
imágenes a las que llamamos ilustraciones. Mientras que la imagen es espacial,
la ilustración introduce la temporalidad. Muestra una idea de tiempo por medio
de la secuenciación de las imágenes que se suceden y que incluye el tiempo de
pasar la página. Además, el trazo y algunos otros recursos, en su mayoría
heredados de los cómics, también reflejan el paso del tiempo. Debido a la
relación entre texto escrito e ilustraciones que se produce en el álbum, lo
escrito deja ser un arte temporal y la ilustración deja de ser un arte
espacial. En este sentido, la ilustración en el álbum, es un arte multimodal,
en el que se integran la dimensión espacial de la composición y la dimensión
temporal del ritmo narrativo.
En
el cuento “La escoba de la viuda” el
autor nos presenta una secuencia en donde la escoba arroja al perro agresor a
las profundidades del bosque. Este hecho, importante en la continuidad del
relato, no es descripto con palabras en ningún momento, ni antes ni después de
presentarlo. Es decir que las ilustraciones se hacen cargo de narrar lo
ocurrido en ese momento o sea que la
función discursiva de la imagen es unirse al texto para generar el ritmo de la
narración.
Conclusión
En
varios trabajos consultados se define al libro álbum desde la metaficción y
como un producto de la posmodernidad. (Cf. Díaz-Silva, Durán). Sin ánimo de
refutar este enfoque, creo que como manifestación artística – literaria, el
análisis de este tipo de obras no se agota en esta cuestión. El libro álbum es
una síntesis entre un lenguaje probado (el escrito) y uno cuyos fundamentos son
relativamente nuevos (la ilustración. Ver Acaso, Villafañe, Dondis). Y si bien
es posible afirmar que su nacimiento, tal y como lo conocemos hoy, surge a
mediados de la década del 60 (“Dónde
viven los monstruos”, “Frederick”), en un momento histórico en el que el
auge de la conceptualización de estas nuevas corrientes de pensamiento buscaban
nuevos paradigmas que ayudasen a explicar la realidad cambiante de la época; su
estética y su temática exceden, a mi juicio, este marco teórico.
El
libro álbum, en sus múltiples facetas y formatos, posee una característica
común que lo hace original y diferente: la utilización del lenguaje visual como
elemento de la narración. Esta característica, herencia del cómic y de la
publicidad, hace que nos encontremos ante una nueva forma de leer las historias
que nos cuentan. Bosch, en su trabajo “Hacia
una definición del libro álbum”[13]
hace una interesante revisión de los intentos de definición de este fenómeno y
concluye proponiendo una definición propia, basada en el concepto de arte
secuencial
“Álbum es arte
visual de imágenes secuenciales fijas e impresas, afianzado en la estructura de
libro, cuya unidad es la página, la ilustración es primordial y el texto puede
ser subyacente.”
Mi
hipótesis de que en el libro álbum el texto escrito y la imagen forman parte
del marco diegético está muy cercana a esta definición. Al demostrar que la
imagen posee cualidades lingüísticas que posibilitan el proceso de narración,
es decir sintaxis, gramática y retórica, la cuestión pasa por constatar que
muchos autores han aprovechado esta potencialidad para elaborar su mensaje de
manera original, llamativa y eficaz. Existe una intencionalidad manifiesta de
utilizar a la ilustración de una manera
determinada. No es casualidad que muchos de los primeros autores de libros
álbumes hayan provenido del mundo de la publicidad, disciplina que hace una
profusa utilización de la imagen para transmitir sus mensajes.
En
consecuencia la definición de libro álbum, tal y como propone Bosch, va más
allá de su formato, de la cantidad de imágenes que tenga con respecto al texto
o de su belleza como objeto. Se fundamenta en una cuestión capital y que es que
en este tipo de libros no se puede
prescindir de sus elementos visuales ya que de otra manera la información que
se necesita para decodificar el hilo narrativo de la obra se pierde y el
mensaje propuesto por el emisor o los emisores no es recepcionado en su
totalidad. Aunque Bosch emparenta al libro álbum con el cómics y el cine,
llamándolo arte visual omite mencionar
su valor como obra literaria, que es a mi juicio el aspecto más importante a
tener en cuenta puesto que permite establecer como punto de discusión su
pertenencia al ámbito de la literatura.
Si
tomamos un libro álbum, nos encontramos
que se encuentran vigentes en su constitución la suspensión de la realidad y la
polivalencia (muchas veces se ven exacerbadas). Y si seguimos examinando el
libro álbum, nos encontramos en general con un producto editorial sumamente
cuidado, con encuadernaciones sólidas, tipografía cuidada e ilustraciones
maravillosas, aunque puede suceder que hallemos un pequeño libro, con un
acabado más modesto al que no podremos negar su condición de libro álbum[14].
¿Por qué sucede esto? Porque la característica principal de este tipo de obra
es la incorporación a su universo constitutivo de otro código lingüístico (la
ilustración), que cambia la forma en que debemos leerlo.
Por
consiguiente, podemos pensar la cuestión desde la teoría de conjuntos: el libro
álbum es la intersección entre la literatura tradicional, la literatura
posmoderna metaficcional y el arte visual y editorial. Desde este punto de
vista considero al libro álbum como una “forma alternativa” de literatura, en
donde, independientemente de su formato y su calidad editorial o de contenido,
su espacio diegético está indivisiblemente integrado por ilustración y texto,
en donde la ilustración pasa de ser mimética a ser diegética y que abreva de los
códigos del lenguaje escrito, del leguaje visual y del arte para producir su
contenido.
Así
como en la literatura tradicional la LIJ ocupa un espacio cada vez
más importante, en el caso del libro álbum también se puede hacer esta
distinción. La literatura adulta se ocupó de los jóvenes y niños en un proceso
histórico paulatino, que poco a poco les adjudicó estatus de lectores y como
tales merecedores de un lugar en el universo de la producción de obras
literarias. En el caso del libro álbum podemos hablar de un camino inverso,
porque si bien en un principio, (y probablemente porque la ilustración en la
literatura históricamente se relacionó
con el universo infantil), fueron dirigidos a niños, con el paso del tiempo y
su constante evolución, aparecieron obras que ya no pueden ser catalogadas solo
como infantiles, debido a la riqueza conceptual de su mensaje, a su tratamiento artístico- estético y a su
abundante intertextualidad. Por eso hay autores que sostienen que el libro
álbum es la única contribución original de la LIJ a
la literatura “para adultos”.
Una
de las misiones que se le encomienda a la literatura infantil tradicional es la
de ser un vehículo de formación que lleve a los niños a formarse como lectores,
a lograr una alfabetización funcional y completa, que les permita adquirir las
herramientas de conocimiento necesarias para desenvolverse en un mundo
complejo, en donde el conocimiento de las palabras y su interpretación ocupa un
lugar preponderante. El libro álbum desafía estos paradigmas en los adultos, ya
que nos hace darnos cuenta que existen otros medios de contar que no son tan
valoradas o tan conocidos y que merecen que les prestemos debida atención.
No deberíamos perder de vista que
la escuela, hija de la imprenta y aliada del texto escrito, tendió a asumir una
actitud de sospecha ante la cultura visual de masas, a la que consideró una
competidora desleal, una mera distracción o entretenimiento. Tenemos que tener
presente que Occidente ha privilegiado de forma sistemática a la cultura letrada,
considerándola la más alta forma de práctica intelectual y calificando como de
segundo orden, empobrecidas, a las representaciones visuales.[15]
El
libro álbum es una forma de hacer literatura que escapa a las formas
tradicionales, que nos interpela, porque exige de nosotros conocimientos que no
poseemos y los niños manejan intuitivamente mejor. Entiendo que la validez en los intentos de
conceptualización de los libros álbum pasa justamente por ahí, construir herramientas
interpretativas válidas que nos permitan aprovechar el infinito potencial de
estos libros en el proceso de aprendizaje literario de nuestros niños y
también, porque no, de nosotros mismos.
[1] Acaso, María: “El lenguaje visual”. Ediciones Paidós.
Buenos Aires, 2008. Pág. 19
[2] Villafañe, Justo: “Introducción a la teoría de la imagen”.
Editorial Pirámide. Madrid, 2006.
[3] Acaso, María: Op. Cit. Pág.
27
[4] Arizpe, Evelyn – Styles,
Moraj: “Lectura de Imágenes”. Fondo
de Cultura Económica. México, 2007. Pág.
19
[5] Joly, Martine: “Introducción al análisis de las imágenes”. Buenos Aires, La marca editora, 2009
[6] Joly, Martine: Op. Cit., p. 53
[7] Shulevitz, Uri. “Qué es un libro álbum - El libro álbum: invención y evolución de un
género para niños”. Colección Parapara clave. Ed. Banco del libro. 2da Ed.
Caracas, 2005. p.13
[10] Guerra, Yolanda: “La
imagen como primera acción diegética”.
[11] Guerra, Yolanda: “La
imagen como primera acción diegética”.
[12] Durán, Teresa. Op. Cit. p. 244.
[13] Bosch Andreu, Emma: “Hacia una
definición de Álbum”. Anuario de investigación en LIJ, Nº 5, 2009.
Universidad de Vigo
[14] Entre otros: “Los piojemas del piojo Peddy”, “Cosas,
cositas”, “El incendio”, “La hormiga que canta”, “Caperucita Roja tal como se
la contaron a Jorge”. No deja de ser un indicio importante de cómo
agudizamos el ingenio los argentinos ante nuestro perpetuo estado de crisis, el
echo de que estas magníficas y sencillas obras sean de una editorial nacional.
[15] Abramowski, Ana: “El lenguaje de las imágenes y la escuela.
¿Es posible enseñar y aprender a mirar?” Revista Monitor Nº 3. Ministerio de Educación
de la Nación , 2006
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