Dra. María Lucía Puppo
Universidad Católica Argentina
En el marco de la Semiótica de la Cultura,
Iuri Lotman definió la semiosfera como el universo semiótico donde puede hacerse realidad el
acto sígnico o, en otras palabras, el “espacio
semiótico fuera del cual es imposible la semiosis” (Lotman 1996: 24). La
semiosfera está formada por un conjunto de distintos textos y lenguajes que se
organizan en estructuras nucleares y periféricas. El objetivo de este trabajo
es analizar cómo se construyen dos tipos de semiosferas, la urbana y la rural,
en textos poéticos hispánicos. Atendiendo a la heterogeneidad e irregularidad
propia de ambos universos semióticos, se rastrearán diversos tópicos, imágenes,
estrategias e intertextos que configuran la representación literaria de las
ciudades de Buenos Aires, La Habana y Salamanca, y de los ámbitos rurales de la
llanura castellana y la pampa argentina. La confrontación de los textos
seleccionados contribuirá a delinear el perfil semiótico que asume cada uno de
estos espacios en el discurso poético contemporáneo.
1. La semiosfera: operatividad y alcances de la
propuesta lotmaniana
“Separar al hombre del
espacio de las lenguas, de los signos, de los símbolos es tan imposible como
arrancarle la piel que lo cubre.” Esta frase bien puede resumir la perspectiva
semiótica de Iuri Lotman (1922-1993), cuyas teorías
pusieron en la mira mundial a los investigadores de la pequeña república
europea de Estonia, congregados en la Universidad de Tartu. Desde los primeros
años de los sesenta, la Semiótica de la Cultura iniciada por Lotman promueve la
interdisciplinariedad y el equilibrio teórico-empírico a la hora de abordar la
consideración sistemática de los modelos de comunicación (Cáceres Sánchez 1996:
259).
Un concepto
fundamental desarrollado por esta escuela es el de semiosfera, que
Lotman definió como el “espacio semiótico fuera del cual es imposible la semiosis” (Lotman 1996:
24). En analogía con el término biosfera, introducido por V. I. Vernadski, la
semiosfera es el universo semiótico donde puede hacerse realidad el acto
sígnico, un continuum conformado por “un conjunto de distintos textos y
de lenguajes cerrados unos con respecto a los otros”. De allí que la semiosfera
posee un carácter delimitado, pues existe una frontera que implica “la
separación de lo propio respecto de lo ajeno, el filtrado de los mensajes
externos y la traducción de éstos al lenguaje propio”. Por otra parte la
semiosfera también se caracteriza por su irregularidad, ya que está
formada por componentes heterogéneos que se organizan en estructuras nucleares
y periféricas. Está defendida por fronteras que implican “la separación
de lo propio respecto de lo ajeno, el filtrado de los mensajes externos y la
traducción de éstos al lenguaje propio” (23-26).
Como ha señalado Julieta
Haidar (2005), “los mecanismos estructurales de la semiosfera son organizar,
jerarquizar, memorizar, traducir, interpretar y examinar los grandes procesos
históricos”. Así resulta que la semiosfera es, por un lado, una categoría
dialéctica, dinámica, que está sujeta a los vaivenes de los cambios culturales
y, por otro lado, se trata de una categoría polisémica, que puede ser entendida
de manera general (semiosfera como sinónimo de cultura) o bien como semiosferas
específicas o particulares. Es en este último sentido que nos interesa el
término.
Cuando el espacio cultural
tiene carácter territorial, la frontera semiótica tiene un sentido espacial
(Fiorin 2005). El territorio específico de la ciudad es el espacio informado
por una semiosfera, pues constituye una semiotización del espacio
progresivamente “traducido” y transformado en territorio urbano (Raffestin
1986). Por su parte la semiosfera rural informa un universo semiótico
diferente, capaz de establecer un vínculo antagónico, complementario o
subsidiario de aquélla. Efectivamente el contraste entre la ciudad y el campo
continúa siendo una de las principales formas que tenemos de pensar nuestra
experiencia individual y las crisis de nuestras sociedades (Williams 2001:
357). Debemos admitir, sin embargo, que se trata de dos conceptos absolutamente
variables, dotados de una fuerte carga de historicidad y constantemente
resemantizados en distintos momentos y ámbitos de una cultura (Montaldo 1993).
El objetivo de este trabajo
es aplicar la teoría de la semiosfera lotmaniana al análisis comparado de
diversos poemarios hispánicos publicados en las tres últimas décadas. Los textos poéticos,
como otros lenguajes artísticos, no responden mayormente a una causalidad lógico-referencial
sino que inauguran una “explosión de sentido”, un salto hacia el futuro (Lotman
1999: 80). Ellos
reconfiguran los complejos textos de la ciudad y el campo, pues intervienen en
la conformación de la semiosfera entrelazándose con otros conjuntos de sistemas
significantes. La indagación acerca de las semiosferas urbanas y rurales que se
configuran en los textos poéticos seleccionados permitirá describir el perfil
semiótico diferenciador que en la poesía contemporánea adquieren tres ciudades
y dos espacios rurales míticos: Buenos Aires, La Habana, Salamanca, la llanura
castellana y la pampa argentina.
Para examinar cómo se
construye la semiosis del espacio literario proponemos un método que combina
tres niveles o perspectivas de análisis. En primer lugar, una perspectiva
lingüística que estudia la morfología, sintaxis y semántica del espacio
textual, distinguiendo espacios abiertos, cerrados,
públicos, privados, de transición, céntricos y periféricos, combinados de
diversas formas y en distintos tipos de itinerarios (Alonso Lera 2005). En segundo lugar, una perspectiva
temática que explora
los tópicos asociados a la representación urbana o rural en el discurso literario. Si bien es indudable que hay
intertextos y estereotipos que se refieren concretamente a cada ciudad en
particular, aún persisten tópicos y motivos tradicionalmente asociados a todas
las grandes urbes, como es el caso de la jungla, el laberinto, Babilonia, el infierno o la ciudad-faro como espacio de libertad (Gorelik
2004, Aínsa 2006), y el del campo como locus amoenus o edén. En tercer lugar, una perspectiva
imaginaria e ideológica, que permite reconocer en cada texto constelaciones
de imágenes y diversas estrategias discursivas que remiten a la conciencia
histórica, los centros de poder en las configuraciones sociales y la memoria
colectiva (Rama 1984, Sarlo 1996, Wunenburger 2008). En este punto deben ser
considerados todos aquellos aspectos de la obra que trascienden su estructura
lingüística y remiten al dinamismo del imaginario social.
Finalmente nuestras
conclusiones apuntarán a señalar matices y tensiones en las representaciones
poéticas del espacio que por su mera existencia desafían los procesos
homogeneizadores de la globalización. De ese modo el bagaje instrumental provisto
por la Semiótica de la Cultura, y particularmente la operatividad del concepto
de semiosfera, propiciará el abordaje semiótico del texto literario como punto
de intersección entre el código lingüístico-estético y la sociedad.
2. Ciudades de la poesía
Al referirse a su ciudad natal,
San Petersburgo, Lotman (2004) destacó el poliglotismo semiótico que es propio
de cualquier ciudad. El territorio urbano es un campo donde ocurren diferentes
colisiones semióticas, ya sea porque se produce el encuentro sincrónico de
formaciones semióticas heterogéneas, ya sea porque en el plano de la diacronía,
los restos de épocas pasadas actúan como programas codificados que generan los
textos del pasado histórico. Así como las personas tenemos una vida, también la
tienen los signos. Y, como nos recuerda Umberto Eco, “la vida de los signos es
frágil, sometida a la corrosión de las denotaciones y de las connotaciones,
bajo el impulso de circunstancias que debilitan la potencia significativa
original” (Eco 1972: 478). Plazas, palacios, obeliscos, puentes, avenidas,
edificios públicos son los signos heterogéneos que se unen en la trama del
texto urbano y conforman el espesor de la memoria cultural. “Entre la
modelización geométrica y la creación arquitectónica real existe un eslabón
mediador: la vivencia simbólica de esas formas que se han depositado en la
memoria de la cultura, en los sistemas codificantes de ésta” (Lotman 1996:
105).
Para acceder a algunas claves de
la semiosfera de Buenos Aires resulta muy significativa la lectura de Solos
y solas (2005), de Tamara Kamenszain. Se trata de un poemario que,
respondiendo a una velada estructura narrativa, cuenta los avatares de una
mujer divorciada en busca de un nuevo amor. Albergando
“la vida solitaria e indolente de los sujetos urbanos” (Foffani 2005), en este
texto la ciudad se muestra a tono con
ciertos estándares globales (la velocidad del transporte, la oferta cultural)
pero aparece al mismo tiempo fragmentada y acechada por el peligro. No se
nombra la metrópoli, pero muchos indicios dejan entrever una Buenos Aires
posterior a la crisis de 2001. La voz poética se
autopresenta como “la okupa de mi propia casa” (11), y más adelante confiesa:
“para que no me roben salgo corriendo” (46). Los compañeros de baile
ocasionales son designados como “gente descamisada” (13), “parias” (19), y el
posible candidato amoroso es un “indocumentado” (25). La indeterminación y el
anonimato se extienden sobre las personas y los lugares. El espacio inclemente
y transitorio de la calle se articula con espacios públicos cerrados, como el
salón de baile y el hospital. En todos ellos rigen la prisa y la indiferencia,
articuladas discursivamente por una “lírica de fugacidades dichas en el momento
justo” (Chitarroni 2005).
En el imaginario nocturno que
presenta Kamenszain hay testigos mudos y signos ominosos –el guardia del
edificio, puertas que se clausuran-, mientras la vida transcurre entre el
aburrimiento quieto y la velocidad desenfrenada. Los medios de transporte
constituyen una poderosa metonimia del movimiento autómata; cada entrada a la
boca del subte es un descenso a los infiernos cotidiano, análogo a la fuerza
succionante de “un inodoro que nos traga lejos” (11). La urbe resulta un ámbito
de enajenamiento, soledad y roces
fugaces, acorde con la imagen del teatro decadente que conforman los cincuentones sudados, “bailarines a la rastra muñecos de aserrín”
(13). Por contraste, la intimidad es ese
bien esquivo que persigue afanosamente la protagonista de los poemas, guiada
por los tangos y los boleros. El final es ambivalente, pues la gran ciudad no
le ofrece al personaje ningún refugio seguro, pero se sugiere una futura
reconstrucción de su identidad a partir de nuevos lazos afectivos. La lucha
entre la ciudad de intemperies y una subjetividad deseante no se resuelve al
abrigo de la escritura porque, al fin y al cabo, “la literatura es otro techito
armado en el desierto” (48), es decir, otro asentamiento precario e
improvisado.
Como la ciudad de Buenos Aires, La
Habana constituye una ciudad “hiperletrada”, un espacio-palimpsesto donde
conviven numerosas mitificaciones (literarias, políticas) heredadas del pasado.
La Quinta de los Molinos (2000), de la cubana Nancy Morejón, describe la
semiosfera de La Habana a través de los pequeños actos de una cotidianeidad
sencilla y espontánea. El poemario puede ser leído como el ejercicio de
despojamiento de una escritura que busca liberarse del peso de versiones
literarias tan paradigmáticas como “la ciudad de las columnas” que exaltó Alejo
Carpentier, la capital superlativa y criolla que evocaba nostálgicamente Dulce
María Loynaz, la urbe neobarroca y metafísica según el diseño de José Lezama
Lima, o bien la ciudad nocturna, compleja y coral recorrida en la prosa de
Guillermo Cabrera Infante (Álvarez-Tabío Albo 2000, Puppo 2008a).
En medio de la heterogeneidad
temática y discursiva que domina el texto de Morejón, la unidad de sentido está
pautada por el dinamismo del escenario urbano y por el murmullo de la voz
poética que va nombrando espacios públicos emblemáticos de La Habana (el
Malecón, el Paseo del Prado, el muelle de Regla, la Alameda de Paula). La
sintaxis espacial le adjudica a la naturaleza el rol de protectora del espacio
arquitectónico, a través de la vastedad del mar, el cielo y el viento, e incluso
el de verdadera protagonista del espacio urbano, gracias a la exuberancia
tropical de los árboles, las flores silvestres, los pájaros, las mariposas. La flânerie
ensoñadora de la poeta de fines del siglo veinte encuentra un centro en el
edificio que da título al libro: la Quinta de los Molinos1
es al mismo tiempo un espacio histórico que remite a una gesta colectiva
(Gullón 1980: 75) y un lugar personal y epifánico, donde se suspende el tiempo
lineal y se anulan las coordenadas espaciales: “Aquí no termina el camino. /
Vuelve a empezar” (57); “Puedo salir adentro. Puedo entrar hacia fuera” (58).
Otro espacio central del poemario es un barrio proletario, alejado del centro
histórico y turístico, erigido a la vera del río Martín Pérez. Esta
urbanización pobre del sur de La Habana, lugar de yerberos madrugadores y
ñáñigos, resulta materia inédita para un poema (Martiatu 2003). Allí también se
entrelazan la experiencia individual y la memoria colectiva, porque el “río de
nuestras hambres / y de nuestra intranquilidad” (33) deriva metafóricamente en
un “palacio yoruba que apenas tiene techo / ni paredes” (33), construido por
los héroes populares de la cultura negra. En suma, el texto de Morejón recrea
La Habana lejos de la utopía, con clara conciencia de su herencia histórica y
cultural, acentuando el legado africano y caribeño que reside en la dignidad de
un pasado doloroso y un presente de trabajo compartido.
Frente a
la extensión caótica de Buenos Aires y el ritmo tropical de La Habana, las
ciudades europeas se distinguen por un patrimonio cultural que se fue
consolidando a lo largo de una milenaria historia de enfrentamientos, alianzas
y dominaciones. En el caso de Salamanca, a ese pasado europeo común se suma la
tradición de “ciudad docta” o urbe universitaria. Apartándose de este
estereotipo, Alzado de la ruina (1983), del español Aníbal Núñez,
presenta esta ciudad como una semiosfera espectral, abstracta y hermética.
El aparato
paratextual integra diferentes voces y miradas a través de varios epígrafes, de
un poema inicial dedicado a un historiador de la ciudad suicida y de un último
poema a propósito del grabado de la ciudad realizado por David Roberts en 1838.
En este poemario la imagen que condensa la semiosis del espacio urbano es el
laberinto, expuesto aquí como desafío que debe ser reconstruido por el lector a
partir de la sincronía reiterativa de los poemas, en su mayoría referidos a un
antiguo palacio o monumento salmantino. Otra imagen central es la ruina,
omnipresente en toda la poesía de Aníbal Núñez. En ocasiones homenajeando y en
otras parodiando las connotaciones antiguas, barrocas y románticas del motivo,
la ruina de Núñez se asocia a la decadencia
pero también a una estética postmoderna, que reposa sobre el fragmentarismo y
la dispersión (Puppo 2006). Tres rasgos de la espacialidad se ven acentuados
por esta imagen enigmática: la verticalidad propia de este tipo de
construcciones, que dictaminan un orden ascensional a la mirada; el anacronismo
que ellas producen en medio del entramado urbano contemporáneo; y, por
último, la recodificación a la que se ven sometidas al ser presentadas como
cifra abstracta o símbolo hermético, auténtica “alegoría a la intemperie” (256)
(McHale 1999).
El castro abandonado o la mansión añosa no son
funcionales como una vivienda cotidiana y por lo tanto perturban a los que no
captan su belleza difícil y “terrible” (Casado 1999). Más que relatora de historias, la ruina es un signo abierto a distintas
posibilidades interpretativas, capaz de enfrentar al sujeto con la experiencia
del tiempo puro (Augé 2003: 110-116). En la sintaxis urbana ella resulta el
punto donde se produce un “cruce de arquitecturas / y de historias” (255), la
zona fantástica donde el sujeto poético deja de ser un visitante extasiado y
deviene en “póstumo paseante por la ciudad ajena” (259). En esta poesía
Salamanca es ante todo una ciudad española de provincia que se comporta
semióticamente como una ruina inmensa, una madre-araña que tiende “murallas
cálidas” alrededor de sus habitantes, hasta convertirse “en planeta ella misma,
en orbe aislado” (260, 263).2
3. De los campos castellanos a la pampa argentina
Si
profundizamos nuestra incursión en la poesía de Aníbal Núñez, advertimos que
otro de sus núcleos semánticos es la pérdida o el deterioro del mundo rural. El
poemario Naturaleza no recuperable (Herbario
y elegías) (1991) se abre
con la traducción de un fragmento de las Geórgicas
de Virgilio y en casi todas las composiciones la protagonista es la
naturaleza, a través de hierbas, plantas, flores, árboles, praderas, bosques,
pájaros, insectos, ríos y lluvias. El yo poético escribe desde la intimidad con
todo lo viviente, se entrega a la contemplación bucólica y llora –con sarcasmo,
sin sentimentalismo- un estilo de vida perdido. Aunque aparece con cierta
frecuencia, el tópico del locus amœnus no basta para conformar un
“cándido lirismo neopastoril” que permanecería anquilosado en la visión
renacentista del topos (Rodríguez de la Flor y Pujals Gesalí 1995: 10).
El deseo utópico del poeta contrasta con “la voz omnipotente y melodiosa / de
la Industria de la Profanación” (114-15) y, desde esa herida, denuncia lo que
Max Weber llamó die Entzauberung der Welt, el desencantamiento del mundo
a causa de la destrucción de la naturaleza por obra del mito ilustrado y su
continuación en la tecnocracia (Puppo 2008b).
En la
poética del salmantino el campo castellano es más que un escenario acogedor, es
el lugar de sinceramiento que nos permite “reconocernos / en la tierra y sus
heces (Núñez 1995: 361). Espacio de resistencia simbólica y, al mismo tiempo,
propiedad privada que es privilegio de unos pocos, la semiosfera rural resulta
un universo cada vez más inaccesible para el poeta y para el poema. Es por esto
que en la obra de Núñez el campo se asocia finalmente al tópico edénico en su
versión romántica, la nostalgia del paraíso.
El campo bonaerense es el escenario privilegiado en la
poesía del argentino Arturo Carrera. El Coronel Pringles natal del poeta es el
“pueblito”, la Ítaca cotidiana, el Omphalos del que parte y al que siempre
regresa el poeta (Barrella 2006). En el poemario Noche y día (2005) la semiosis
espacial opera a partir de cuatro tipos morfológicos, a saber: espacios
interiores (la casa, lugar para estrechar los lazos afectivos y
familiares en intimidad), espacios exteriores (el campo a cielo abierto
donde crecen profusamente plantas y animales), espacios onírico-imaginarios
(escenarios surrealistas donde moran peces-payaso o un ogro; la planicie
enigmática donde reaparecen la Ninfa y el Fauno mallarmeano) y espacios
icónicos (provenientes de pinturas de Seurat y Klee). Delineado en diversos
temas, imágenes y personajes que se superponen e imbrican de libro a libro, en
la poesía de Carrera el campo es un universo semiótico diferente e igual a sí
mismo, realista y fantástico, a la vez preexistente y reconstruido en cada
poemario.3
En Noche
y Día la semiosfera rural ofrece la quietud propicia para buscar “un
centro” (69), sin caer en una concepción idílica prefijada. La apuesta poética
consiste en seguir las pistas de un recorrido local y concreto, “huellas de
mirar el campo / sin mirar / la Naturaleza” (99). El campo es el lugar de la
paciencia donde se conjuran la prisa y el anonimato urbanos, pero
paradójicamente allí se perciben, a la distancia, “las voces de la ciudad como
murmullo” (Link 2003: 302). En ese espacio de despojamiento –más interior que
exterior- se aprende de los animales y los niños un “parvo decir” (38), el
“habla precaria” con que asumir “el funesto goce del “conteo” real” (35).
4. Conclusiones
Ya en los
años ochenta Lotman señaló que la semiosfera del mundo contemporáneo ha
adquirido “un carácter global”, de modo que la interconexión de todos los
elementos del espacio semiótico no es una metáfora, sino una realidad (Lotman
1996: 35). Más allá de esta aseveración general, es posible reconocer
semejanzas parciales, diferentes matices y tensiones que se establecen en las
semiosferas urbanas y rurales que presentan los poemarios analizados.
La primera sistematización que debemos señalar tiene que ver con la
distinción, oportunamente señalada por Lotman (2004), entre ciudades de estructura
excéntrica y ciudades de estructura concéntrica. Entre las primeras
se ubican Buenos Aires, un puerto que mira hacia el interior del territorio
argentino, y La Habana, ciudad acostada sobre un Malecón que es signo palpable
de apertura hacia el mar. En cambio Salamanca manifiesta una tendencia
centrípeta, pues el peso simbólico de sus antiguas murallas subrayan la
tendencia al aislamiento.
La
semiosfera “tiene una profundidad diacrónica, puesto que está dotada de un
complejo sistema de memoria y sin esa memoria no puede funcionar” (Lotman 1996:
35). Si en La Habana evocada por Morejón la historia nacional permanece viva e
interpela a los paseantes, la ciudad de Buenos Aires que se infiere del texto
de Kamenszain vive en un puro presente desmembrado y vertiginoso. La Salamanca
que ofrecen los poemas de Núñez es irreal y pretérita, configurada a partir de
un imaginario fantástico y ruinoso. En el caso de cada una de las ciudades
recreadas por el discurso poético fue preciso apelar a diversas genealogías que
determinan su memoria cultural. Dejando de lado las consabidas
filiaciones literarias de las tres ciudades en cuestión, La Habana de Morejón
recupera el imaginario afrocubano marginado en las representaciones oficiales y
la Buenos Aires de Kamenszain muestra las grietas por donde se cuelan el dolor
y la soledad en las burguesías globalizadas, mientras que la Salamanca de Núñez
ostenta los signos irreversibles de la decadencia.
Ya en 1974
declaraba Georges Perec que “el campo no existe, es una ilusión” (Perec 2004:
107). En el caso de Núñez, la semiosfera rural constituye un foco de
resistencia, un refugio conservador de un estilo de vida que se encuentra en
vías de extinción. El campo castellano brinda la oportunidad de vivir la
experiencia rítmica del paso de los días y las estaciones; con su silencio
milenario responde al llamado profundo inscripto en nuestra piel, ese anhelo de
paz y reposo que es puesto en jaque por el auge de las comunicaciones, la
tecnología y la prisa del mundo contemporáneo. En la poesía de Arturo Carrera,
en cambio, el campo argentino no es tanto un espacio referencial cuanto un
constructo semiótico, un universo de signos que ofrece promesas –más que
posibilidades reales- de “huida” o “conjuro” de lo urbano (Rinesi 2008).
Apelando a los pastiches culturales y la imaginación surrealista, el planteo de
Carrera resulta superador de una visión reduccionista de lo rural vernáculo que
todavía insistiera, por ejemplo, en la prolongación o la parodia de la
tradición gauchesca (Link 2003: 302).
Lo
expuesto en las páginas precedentes confirma que la teoría de la semiosfera de
Lotman constituye una vía de acceso privilegiada para comprender la funcionalidad
semiótica de la ciudad y el campo como coordenadas espaciales que organizan la
densidad semántica de los textos poéticos y, al mismo tiempo, traducen y
reenvían a las complejidades del imaginario social. La semiosfera se revela
como un concepto transdisciplinario, que invita a la complementariedad de las
diversas ramas del saber que investigan la cultura. Para la semiótica, esta
noción implica el cambio de un pensamiento estático a uno dinámico, pues lleva
a pensar la cultura como un conjunto de procesos antes que como una suma de
productos (Torop 2006). De allí se sigue que los aportes de Lotman y su escuela
no radican solamente en la presentación de ideas nuevas, sino de una
arquitectura científica nueva (M. Lotman 2005).
Con mucha
frecuencia se ha señalado la importancia del espacio como categoría ficcional
en la novela y, paralelamente, se ha pretendido demostrar que el género lírico
tiende a ser atemporal y aespacial. Un efecto colateral del análisis
semiosférico desarrollado ha sido refutar esta última hipótesis. Es por eso
que, para concluir, apelaremos a una idea central de los trabajos críticos de
Michel Collot, aún no difundidos en el ámbito hispanohablante. Este autor
explica que en ciertos casos el espacio cobra tal protagonismo en el discurso
poético que es posible hablar de una “espacialización del sujeto” (espacement
du sujet). Así ocurre cuando la aventura de la voz poética se juega en un
espacio concebido como horizonte existencial, donde el sujeto se abre al deseo,
la memoria, la alteridad, la trascendencia o el vacío (Collot 2005: 45). En
cualquiera de sus manifestaciones -natural o artificial, realista o fantástico,
rural o urbano-, el espacio es fundamental en el discurso poético al punto tal
que se identifica con el segundo de los tres elementos que garantizan la
relación lírica: el sujeto, el mundo y las palabras.
Bibliografía citada
Aínsa,
Fernando (2006). Del topos al logos. Propuestas de geopoética. Madrid –
Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert.
Alonso
Lera, José Antonio (2005). Hacia un estatuto del elemento espacial en la
novela. En Epos, XX-XXI, 237-253.
Álvarez-Tabío
Albo, Emma (2000). Invención de La Habana. Barcelona: Casiopea.
Augé, Marc
(2003). El tiempo en ruinas.
Barcelona: Gedisa.
Barrella,
Sandro (2006). Marcas de un estilo. Poemas que reactualizan el poder de toda
una obra. En La Nación, Suplemento de Cultura, 29/10/06, p. 5.
Carrera,
Arturo (1983). Arturo y yo. Buenos Aires: Último Reino.
___
(2005). Noche y día. Buenos Aires: Losada.
Cáceres
Sánchez, Manuel (1996). Iuri Mijáilovich
Lotman (1922-1993): una biografía intelectual. En Iuri Lotman. La semiosfera. I. Edición a cargo de
Desiderio Navarro. Madrid: Cátedra.
Casado,
Miguel (1999). La puerta azul. Las poéticas de Aníbal Núñez. Madrid: Hiperión.
Collot, Michel (2005). Paysage et poésie,
du romantisme à nos jours. París:
José Corti.
Chitarroni, Luis (2005). El motivo es el poema. En Página
12, “Radar”, 30 de octubre de 2005.
Eco, Umberto (1972). La estructura ausente.
Introducción a la semiótica. Barcelona: Lumen.
Fiorin, José Luiz (2005). Relaciones entre sistemas en el
interior de la semiosfera. En Entretextos, 6, URL: http://www.ugr.es/~mcaceres/Entretextos/entre6/fiorin.htm
Foffani, Enrique (2005). Ausentes historias de amor. En La
Nación, “Cultura”, 13 de noviembre de 2005, p. 4.
Gorelik, Adrián (2004). Miradas sobre Buenos Aires.
Historia cultural y crítica urbana. Buenos Aires: Siglo Veintiuno.
Gullón, Ricardo (1980). Espacio y novela.
Barcelona: Bosch.
Haidar,
Julieta (2005). La complejidad y los alcances de la categoría de semiosfera.
Problemas de operatividad analítica. En Entretextos, 6, URL:
http://www.ugr.es/~mcaceres/Entretextos/entre6/haidar.htm
Kamenszain,
Tamara (2005). Solos y solas. Buenos Aires: Lumen.
Link,
Daniel (2003). La noche posmoderna. En Cómo se lee y otras intervenciones
críticas. Buenos Aires: Norma, pp. 293-302.
Lotman,
Iuri (1996). La semiosfera, I. Semiótica de la cultura y del texto.
Madrid: Cátedra.
___
(1999). Cultura y explosión: lo previsible y lo imprevisible en los procesos
de cambio social. Barcelona: Gedisa.
___
(2004). Símbolos de Petersburgo y problemas de semiótica urbana. En Entretextos,
4, URL: http://www.ugr.es/~mcaceres/Entretextos/entre4/petersburgo.htm
Lotman,
Mihhail (2005). La semiosfera paradójica (Epílogo). En Entretextos, 6,
URL: http://www.ugr.es/~mcaceres/Entretextos/entre6/mihhail.htm
Martiatu,
Inés María (2003). Expresión popular, singularidad y misterio en la poesía de
Nancy Morejón. URL: http://inesmartiatu.blogspot.com
McHale, Brian (1999). Archaeologies of Knowledge:
Hill’s Middens, Heaney’s Bogs, Schwerner’s Tablets. En New Literary History 30 (1), 239-262.
Montaldo,
Graciela (1993). De pronto, el campo. Literatura argentina y tradición
rural. Rosario: Beatriz Viterbo.
Morejón,
Nancy (2000). La Quinta de los Molinos. La Habana: Letras Cubanas.
Núñez,
Aníbal (1983). Alzado de la ruina. Madrid, Hiperión.
___
(1991). Naturaleza recuperable (Herbario y elegías). Madrid:
Libertarias.
___
(1995). Obra poética. Edición de F. Rodríguez de la Flor y
E. Pujals Gesalí, tomo 1. Madrid: Hiperión.
Perec,
Georges (2004). Especies de espacios. Barcelona: Montesinos.
Puppo,
María Lucía (2006). De ruinas y cristales: una poética del tiempo en los textos
de Aníbal Núñez. En Revista de Literatura, Volumen LXVIII, Número 135,
199-219.
___
(2008a). Postales de La Habana: de Dulce María Loynaz a Nancy Morejón. En Nonada
Letras em Revista, Número 11, 73-90.
___
(2008b). Erigir versos como pancartas: crítica e ideología en la poesía de
Aníbal Núñez. En Pais, Gabriela (Comp.). Actas del Primer Congreso
Internacional de Literatura: Arte y Cultura en la globalización.
(pp.862-868). Buenos Aires: La Bohemia.
Raffestin, Claude (1986). Écogénèse territoriale et
territorialité. En F. Auric y R. Brunet (Dir.). Espaces, jeux et enjeux.
(pp. 175-185). París: Fayard.
Rama,
Ángel (1984). La ciudad letrada. Montevideo: Fundación Internacional
Ángel Rama.
Rinesi,
Eduardo (2008). La ciudad y sus otros. En La Biblioteca, Número 7,
114-122.
Rodríguez
de la Flor, Fernando y Pujals Gesalí, Esteban (1995). Que no se
sabe ni no se es visto y no se ve si no se sabe: la escritura cronográfica de Aníbal Núñez. Introducción a Aníbal Núnez. Obra poética, T. I, (pp. 9-19). Madrid: Hiperión.
Sarlo, Beatriz (1996). Una modernidad
periférica: Buenos Aires 1920 y 1930. Buenos Aires: Nueva Visión.
Scarano, Laura (2002). Poesía urbana: el gesto cómplice de
Luis García Montero. En Luis García Montero, Poesía urbana. Estudio y
antología. (pp. 9-32). Sevilla: Renacimiento.
Torop, Peeter (2006). “La semiosfera y/como el
objeto de investigación de la Semiótica de la Cultura”. En Entretextos,
7, URL: http://www.ugr.es/~mcaceres/Entretextos/entre7/torop.htm
Williams,
Raymond (2001). El campo y la ciudad. Buenos Aires: Paidós.
Wunenburger,
Jean-Jacques (2008), Antropología del imaginario. Buenos Aires:
Ediciones del Sol.
NOTAS
1 Esta centenaria edificación habanera,
lugar de residencia de los capitanes generales a fines del siglo diecinueve,
todavía conserva los inmensos jardines que en otro tiempo albergaron estatuas,
glorietas y fuentes. El gobierno
comunista la conserva como museo para honrar la memoria del general Máximo
Gómez, una de las grandes figuras de la Revolución de 1895 junto a José Martí.
2 En cambio
cuando la poesía de Núñez evoca la ciudad de Madrid destaca una serie de
significantes superficiales y vaciados de contenido, hasta culminar en el
tópico infernal (Núñez 1995: 159). En la poética de este autor la metrópoli
contemporánea es una de las caras violentas e hipócritas del capitalismo
tardío, una auténtica prisión semiótica. La actitud
de Núñez hacia Madrid ejemplifica lo que Laura Scarano (2002) denominó como “el
gesto antagónico”, haciendo referencia al vínculo que se establece entre el
sujeto poético y la ciudad. En cambio hacia Salamanca la poesía de Núñez
manifiesta claramente un “gesto cómplice”.
3 Así lo
prueban estas citas de Arturo y yo (1983): “El campo como un balcón /
infinito” y “un espacio donde los niños / confunden la belleza con la
felicidad”, en donde sucede “lo simple, / la gratuita espera”. Pero “el campo
nuestro” deviene también en “otro campo”, porque se trata de un ámbito
deleuzianamente rizomático y “nocturno”, “de la diferencia” y “de la
repetición”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.