Estela Catronuovo
Universidad de Buenos Aires - IUNA
En su Muerte de la tragedia, Georg Steiner 1 describe el recorrido del
modelo de la tragedia clásica en el teatro europeo. En el último capítulo,
propone tres posibilidades respecto de la suerte de la tragedia en nuestro
tiempo: “… que la tragedia está, en verdad, muerta; que se prolonga en su
tradición fundamental pese a cambios de forma técnica; o, por último, que el
teatro trágico podría resucitar”
Es nuestra hipótesis, en las
páginas que siguen, que la cosmovisión trágica pervive en nuestra época
agónica, aunque sus elementos definitorios han sufrido desplazamientos
decisivos tanto en el plano de la significación,
como en el plano técnico y formal. Esto no nos impide reconocer que la matriz
trágica, alimentada por la mitología griega, sigue siendo un paradigma
productivo en los intentos de representación estética de los horrores que nos
desgarran. El mismo Steiner reconoce esta posibilidad cuando afirma: “Uno de
los descubrimientos memorables de la inteligencia moderna ha sido que las
antiguas fábulas pueden leerse a la luz del psicoanálisis y la antropología…” O
en sede socio-política, podríamos agregar.
Nuestro recorrido comienza con Medeamaterial, de Heiner Müller, de
1974. 2
Este breve texto en verso, forma
parte de una trilogía, junto con otros dos textos, igualmente breves y en
verso: Ribera despojada, y Paisaje con Argonautas.
El hipotexto es la Medea de Eurípides, que retoma el mito de
la mujer vengadora por antonomasia, la cual asesina a sus propios hijos para
vengarse del marido, Jasón, quien la había abandonado por una mujer más joven e
hija de un rey.
El texto comienza con un diálogo
entre Medea y la nodriza (este último personaje pronuncia el prólogo en el
texto de Eurípides):
Medea: Jasón, mi primero y mi
último Nodriza
Dónde está mi marido
Nodriza: Con la hija de Creonte
mujer
Inmediatamente, Medea describe el
contexto político de la decisión de Jasón: ambos son exiliados, han pedido
asilo a Creonte, rey de Corinto; el matrimonio de Jasón con Glauce obedece a
razones de conveniencia política. Es decir, que, desde el comienzo, el
conflicto se define en el plano del poder y la dominación, no en el plano
erótico.
Jasón es el “primer y último”
hombre en la vida de Medea. Tanto él
como la nodriza, no llaman a Medea por su nombre, la invocan con un simple:
“mujer”. Medea ha renunciado a su pueblo, a su familia, y a su propia
identidad, a su yo más íntimo, en su entrega a Jasón:
Jasón.- Qué fuiste antes de mí mujer
Medea.- Medea
Se mira en el espejo, y comprueba
el despojo de su identidad ante el abandono de su marido: “Tráeme un espejo.
Esta no es Medea”
En este despojamiento absoluto de
la propia identidad, en virtud del total sometimiento al otro, el mito de Medea
es resemantizado en el texto de Müller como metáfora de la conquista y el
imperialismo, en el contexto del sistema de dominación patriarcal de Occidente:
Jasón, uno de los héroes paradigmáticos de la mitología griega, arrebata el
Vellocino de Oro, propiedad del pueblo de Medea, un pueblo “bárbaro”, en
sentido fuerte, un pueblo que está localizado fuera del mundo griego (la
Cólquide, a los pies del Cáucaso) Para lograrlo, cuenta con la ayuda de la
bárbara Medea, quien traiciona a su pueblo y a su familia, para seguirlo en su
regreso a Grecia.
A partir de este momento, el
texto toma la forma de un largo monólogo de Medea, hasta el final de la pieza:
el conflicto trágico se interioriza, se traslada al interior del “mundo propio”
de la protagonista. Es interesante observar que ya Martín Heidegger, en su obra
Fenomenología del cristianismo primitivo,
había advertido la interiorización de la cosmovisión trágica en el SELFWELT, el
“mundo propio”, en el seno de la cosmovisión moderna, y como consecuencia de la
influencia del cristianismo primitivo, que hace del “mundo propio”, el mundo
predominante, pues es el ámbito en el que ocurren los cruces con los otros
mundos. Observa Heidegger que el Edipo,
en el contexto de su aparición en la Grecia clásica, es compuesto por Sófocles,
y es vivido en el mundo objetivo, “a la luz del día” Hoy, se interioriza.
Pero, en el caso del texto de
Müller, el mito trágico se interioriza en el seno de un sujeto colectivo, pues
esta Medea representa a los pueblos oprimidos y sometidos por el imperialismo,
los cuales son siempre cómplices de sus opresores: Medea, la hechicera, usó sus
poderes para traicionar a su pueblo y ayudar a Jasón en su empresa imperialista
que consistió en despojar al pueblo de la Cólquide de su mayor riqueza, del
mismo modo que los sistemas colonialistas occidentales se han nutrido de las
“venas abiertas” del Tercer Mundo. Así, el mito es transplantado, no a un inconsciente,
sino a un imaginario.
Dice Medea: “Qué podría ser mío
siendo tu esclava/ Todo en mí instrumento tuyo… Mis bienes las imágenes de los
masacrados/Los gritos de los torturados mi propiedad/ Desde que dejé la
Cólquide mi patria/siguiendo tu rastro ensangrentado con sangre de los
míos/hacia mi nueva patria la traición…”
Sin embargo, la traición de Jasón
le devuelve a Medea su identidad y su autonomía: “Gracias por tu traición/que
me devuelve los ojos”
Comienza a planear su venganza,
que es la revancha de los oprimidos contra el opresor.
Envía su traje de novia a la prometida
de Jasón. En el texto de Eurípides, y también en el de Séneca, Medea envía a
Glauce una tiara y un velo, regalo de su pariente, el Sol. Es posible que haya
aquí un intertexto del film de Pier Paolo Pasolini, Medea, de 1970, en el cual la protagonista envía a su rival el traje
que usó en su propia boda con Jasón: “El vestido nupcial de la bárbara tiene el
poder/de unirse mortalmente con otra piel…”
Luego de la muerte de la rival,
asesina a sus propios hijos. El horrendo crimen le permite reafirmarse nuevamente
en su yo: “Oh Soy sabia Soy Medea Yo/ No os queda sangre ya. Ahora todo está
tranquilo”
El texto termina con la
invocación de Jasón, quien la llama por su nombre, Medea (devolviéndole así su
identidad personal), y la pregunta de Medea a la nodriza: “Nodriza conoces a
este hombre”. El proceso de liberación se ha completado: Medea despoja a Jasón
de su nombre; sin su descendencia, el varón, en el sistema patriarcal, se
transforma en nadie.
Vemos que, en el texto de Müller
(y de acuerdo con la ideología marxista del autor), el mito trágico es
proyectado a la sede socio-política: metáfora de los procesos de
opresión/liberación en el plano político, temática del exilio y de las
migraciones de refugiados por razones políticas, conflicto imperialismo occidental
vs. Tercer Mundo. El crimen trágico (el filicidio, en este caso) pierde el
carácter de trasgresión para convertirse en compensación distributiva.
El siguiente hito está
constituido por la obra de Steven Berkoff, A
la griega (Greek), de 1980. 3
El texto editado por Losada,
tiene una “Nota del autor”, a modo de prólogo, en la cual leemos: “A la griega llegó hasta mí a través de
Sófocles, escurriéndose a través de los milenios hasta dar con el basural
inimaginable de Tufnell Park – un territorio más fantástico que real, una
amalgama de esas zonas de guerra agonizantes en las que han devenido ciertas
áreas de Londres…” Es decir, el autor
ratifica que ha transplantado el mito clásico de los Labdácidas, a un barrio
marginal de Londres, en la Inglaterra conflictiva de Margaret Thatcher: “En mi
memoria, Gran Bretaña se apareció como una isla encerrada en su podredumbre
gradual…”
Del mismo modo, traduce la
“peste” que arrasa la ciudad de Tebas, en el texto de Sófocles, mediante claves
socio-políticas: la violencia del terrorismo irlandés, las masacres en los
partidos de fútbol, el alcoholismo, la explotación de las clases trabajadoras
bajo el régimen conservador de Thatcher, la influencia idiotizante de la
televisión y de la cultura de masas en general (el fútbol, por ejemplo), el
abuso infantil. En una palabra, la peste mítica adquiere aquí la configuración
de los horrores de la sociedad capitalista de fines del siglo XX.
Sigue Berkoff: “Edipo halló una
ciudad en las garras de la peste y buscó liberarla de la fuente de su mal,
representada en la Esfinge. Eddy busca reafirmar sus ideales e inculcar un
nuevo orden de cosas con su perspectiva y su energía vital. Su pasión por la
vida está inspirada en el amor que siente por su mujer, y su desprecio por el
medio degradado que le tocó heredar…”
Anticipa la “disposición nada
fatalista” de su Edipo/Eddy, que será un Edipo invertido, antitrágico, pues,
lejos de expiar su culpa con el famoso gesto de arrancarse los ojos, la
ratificará gozosamente.
Esta nota del autor funciona como
lo que Gérard Génette llama “paratexto” en su libro Palimpsestos: 4 títulos, subtítulos, prólogos, epílogos, epígrafes,
notas a pie de página, y muchos otros tipos de señales accesorias, autógrafas o
alógrafas, que procuran un entorno variable al texto. El paratexto es uno de los
aspectos privilegiados de la dimensión pragmática de la obra, es decir, de su
acción sobre el lector. Es, además, el espacio fundamental de los contratos de
lectura entre el texto y su receptor, y, por eso mismo, tiene un enorme poder
de orientación y configuración de la recepción textual.
En este paratexto, la voz del
autor manifiesta su preocupación respecto de cuál debía ser el desenlace de su
“Edipo moderno”. Un segundo hipotexto (además del Edipo de Sófocles) vino en su ayuda: el libro de Hyemeyohsts Storm,
Siete flechas, en el cual encontró
una leyenda de los primitivos aborígenes de Norteamérica, la cual es una
inversión del mito de Edipo, y una deconstrucción del tabú del incesto, uno de
los tres tabúes fundacionales de la cultura occidental, junto con la
prohibición del homicidio contra la propia sangre, y la prohibición de ingerir
carne humana. Transcribimos la leyenda:
¿Cómo es, Halcón – le pregunté –
que no he de hacer el amor con Dulce Agua, mi madre?
¿La amas?, me preguntó.
Le respondí: Sí, más que a nadie…
Pero… los hijos de semejante amor no nacen bien.
¿Alguna vez has visto a uno de
estos hijos? – preguntó Oso Nocturno.
No… Y tampoco he sabido de nadie
que los haya visto…
Entonces es como todo… parece
fácil escuchar que un hijo mata a alguien, aun a su madre, pero resulta difícil
a los oídos de la gente enterarse de que un hijo ama a su madre.
Este hipotexto, proveniente de un paradigma
cultural no occidental y premoderno, determina el desenlace de la obra y funda
la narrativa catastrófica construida por Eddy en su monólogo final, como
veremos en un rato.
La didascalia inicial señala el
ambiente que corresponde a “los orígenes humildes de Eddy, que luego se
transformarán en su lujoso y elaborado hogar del segundo acto” También la
trayectoria del Edipo mítico está invertida: Edipo, el hijo de Layo, pertenece
a la nobleza, llega al máximo de fortuna como rey de Tebas y, luego de la
anagnórisis, se derrumba en el más negro abismo de desgracia (según la trayectoria
canónica del héroe trágico clásico) Eddy, comienza su vida en el seno de un
hogar obrero, se transforma en un exitoso burgués en el segundo acto, pero,
luego de su anagnórisis, no habrá metabolé: la revelación del terrible crimen
familiar oculto no modifica su fortuna.
El registro de la pieza es
groseramente paródico; el punto de vista del grotesco está llevado hasta lo
obsceno y lo escatológico; todo el universo representado está sometido a la
óptica típicamente degradante del grotesco.
El texto presenta muy abundante
descripción costumbrista de los tipos humanos, idiolectos, imaginarios, de las
zonas más marginales de Londres. Este rasgo es una flagrante trasgresión del paradigma
de la tragedia clásica.
Se construye el modelo del
londinense de clase baja, sucio, alcohólico, fascista, fracasado.
Es interesante observar que, en
lo que respecta a la pertenencia genérica de la obra, el elemento costumbrista,
el tema de la familia en conflicto y el desarrollo de tesis socio-políticas,
mostrarían que el modelo parodiado es mucho más el drama familiar naturalista
que la tragedia griega, a pesar de la incrustación, en tono de parodia, de
huellas del mito trágico de Edipo que pautan la fábula. El gesto del texto es
notable, en su afán de transgredir, a través del grotesco, un tipo de teatro,
el drama familiar, que desciende de la tragedia griega a través del drama
burgués (también llamado tragedia burguesa), definido y practicado por Denis
Diderot en el siglo XVIII.
La acción representada, además,
se contextualiza en el relato que hace el propio Eddy, al modo de un narrador
épico: su propia narrativa, desde su perspectiva transgresora e iconoclasta,
constituye el mundo representado.
Así, en la escena segunda del
primer acto, Eddy narra una charla que tuvo con su padre. Este le cuenta que,
cuando Eddy era un bebé, fue con su esposa a un circo que visitaba la ciudad, y
consultó a un gitano, degradación grotesca del vidente Tiresias, quien le
reveló la terrible profecía: el niño mataría a su padre y tendría sexo con su
madre. El gitano anuncia, así, dos tabúes centrales de Occidente, el homicidio
contra la propia sangre, y las transgresiones de índole sexual, cuya violación
genera las culpas hereditarias de los mitos trágicos griegos. Recordemos que la
estirpe de los Atridas debe expiar el crimen del sacrificio de Ifigenia por
decisión de su padre, el rey Agamenón. En cuanto a los Labdácidas (la estirpe
de Edipo), Layo cometió el delito de violación de la xenía (ésta era, para los griegos, la mutua e indestructible
relación de compromiso que se establecía entre el anfitrión y su huésped),
cuando se enamoró de Crisipo, el hijo de su anfitrión Pélope, y lo raptó. 5
Desde ya, la comicidad grotesca
matiza este solemne momento:
Papá.-… ¿a vos que te parece?/ ¡a
que no deseás a tu vieja madre!/ No querés matarme, ¿no es cierto, hijo?
Mamá.- A ver si la cortan,
ustedes dos.
Eddy, al igual que su modelo,
decide exiliarse para evitar la profecía.
Las dos escenas siguientes
presentan precisas descripciones de la “peste británica” que Eddy puede
constatar en su viaje. Huelgas, revueltas callejeras, odio entre ingleses,
escoceses e irlandeses, ataques terroristas, odio a los inmigrantes. La
violencia como nota generalizada: “Pero no se puede evitar/desde chico estás
metido en la violencia y papá mismo se encarga de meterte entre las excitadas
orejitas que no hay que amar sino odiar todo…” La revolución transgresora de
Eddy consistirá en sostener el amor, como contracara de la “peste británica”,
incluso contra las convenciones. Él va a demostrar que la culpa se ha
desplazado, los horrores de nuestra sociedad han redefinido la culpabilidad
trágica, han instaurado un nuevo tipo de tragicidad.
En la escena 5, Eddy perpetra el
parricidio y el incesto; Layo adquiere la identidad del Gerente de un café. En
realidad, no se trata propiamente de un asesinato: discuten acaloradamente y al
Gerente le da una especie de ataque (“… murió del shock”, dice Eddy).
Inmediatamente le declara su amor a la Camarera, esposa del Gerente. La escena,
con sus indicios de reconocimiento (Camarera: “Me hacés acordar a alguien o a
algo”), el relato que hace ella del hijo que tenía y al que perdió en un
accidente en el Támesis, el osito de peluche, único recuerdo que le quedó del
chico, la temática amorosa, retoman la retórica del melodrama, siempre según la
óptica deformadora del grotesco. Recordemos que también el melodrama se
desarrolla a partir de la tragedia burguesa del siglo XVIII. Es decir, el texto
retoma ciertos episodios del mito de Edipo (la separación del niño de sus
padres biológicos, el exilio, el incesto, el peso del destino, la anagnórisis)
pero los modelos genéricos, hibridizados y deformados por el grotesco y la
narratividad épica, son el drama familiar y el melodrama, no directamente la
tragedia clásica.
Luego de una elipsis de diez
años, comienza el acto segundo.
Eddy es un burgués exitoso, al
frente del café. Ha asumido plenamente los valores de la sociedad capitalista y
la ideología de la clase dominante: “lo que este mundo anhela es el poder, la
clase y la fortuna”
A pesar de ello, la peste aún no
ha terminado, dice la Esposa, “causada, según dicen algunos, por un acto
espantoso que no ha sido purificado y que sigue pudriendo el saludable cuerpo
de nuestro estado”
En la escena 2, Eddy se enfrenta
a la Esfinge, una divinidad matriarcal,
representación de las posiciones discursivas feministas. La Esfinge
denuncia que el sistema de dominación patriarcal de Occidente ha instaurado la
opresión, la explotación y la destrucción del medio ambiente, por lo cual, hay
que matar a todos los varones antes de que destruyan el mundo. Eddy resuelve el
acertijo y le corta la cabeza.
Eddy y su Esposa invitan a comer
a Papá y Mamá. La escena 4 trae la horrenda anagnórisis: Eddy es Tony, el
pequeño hijo de la Esposa, supuestamente muerto en el Támesis a causa de una
explosión provocada por una mina de los nazis, al final de la guerra. En su
relato, Papá hace referencia al Acontecimiento que inaugura una nueva
tragicidad en Occidente: “… acababan de aparecer las fotos del Auschwitz/miles
de cuerpos entrelazados como spaghettis/todo hecho en nombre de Adolf”
El monólogo final de Eddy
instaura su narratividad catastrófica, que responde a una nueva estrategia
hermenéutica respecto del mito de Edipo, fundacional de la cultura occidental.
Reafirma el amor por su Esposa/madre: “… abrazáme, qué importa que seas mi
madre/te amaré aunque sea tu hijo/ ¿acaso nos causamos algún dolor, acaso nos
matamos uno al otro, acaso mutilamos o somos asesinos?… Solo amamos… ¿qué tiene
de malo? Es mejor que andar metiéndole un cartucho de dinamita a alguien en el
culo y que encima te den una medalla”
Eduardo Grüner, en su artículo
“Foucault: una política de la interpretación”, 6 afirma que los textos
estéticos nunca son puramente estéticos, sino que su estética es inseparable de
su ética y de su política, en el sentido de un ETHOS cultural que se inscribe
en la obra y de una politicidad por la cual la interpretación afecta la
concepción de sí misma que tiene una sociedad.
Toda interpretación es una
estrategia de producción de nuevos marcos simbólicos, de creación de nuevos
imaginarios que construyen determinados sentidos para las prácticas sociales:
la interpretación puede ser un instrumento de la crítica entendida como puesta
en crisis de las estructuras materiales y simbólicas de una sociedad, en
polémica con otras interpretaciones que tienden a reproducirlas y reconfirmarlas.
Así, la cultura se construye sobre el combate de las interpretaciones.
Una política de la interpretación
surge en aquellas prácticas más alejadas de un interés político explícito e
inmediato, pero que apuntan a destotalizar los “regímenes de verdad” (Foucault)
hegemónicos, institucionalizados por una cultura, y a retotalizarlos
oponiéndolos a otras estrategias interpretativas. Este tipo de interpretación
es política en sentido amplio, pues afecta la imagen entera de la “polis”,
entendida como el espacio simbólico en el que se juega el conflicto entre los
diferentes sistemas de representación que una sociedad construye sobre sí
misma.
Estas diferentes estrategias
hermenéuticas instauran diferentes narrativas en el seno de una sociedad
determinada, mediante las cuales ésta se representa a sí misma su sentido y su
trayectoria.
Toda interpretación transgresora,
disidente respecto de la interpretación hegemónica, produce un Acontecimiento,
que es una Catástrofe, pues reconfigura los dispositivos discursivos sobre un
horizonte hermenéutico radicalmente nuevo. Estas narrativas catastróficas
desarticulan las lecturas institucionalizadas de la realidad social e instauran
nuevas interpretaciones que poseen el poder de redireccionar la trayectoria de
una sociedad determinada.
Freud afirmaba que el mito de
Edipo no es un mero “ejemplo” sobre el cual aplicar su teoría, sino un
instrumento para intervenir críticamente en la imagen que la cultura occidental
tiene de sí misma.
La nueva interpretación que
instaura Eddy del mito edípico tiene esta naturaleza de narrativa catastrófica,
instaura un nuevo espacio de inteligibilidad, lo suficientemente poderosa como
para colocar el eje de la culpa en otro lugar.
Los crímenes de la “razón
instrumental” moderna, con su culminación en la experiencia concentracionaria
nazi, han desplazado el eje del horror trágico. Eddy sostiene su condición. No
hay metabolé, no hay expiación, pues no hay culpa: la culpa ha cambiado de
territorio.
Nuestro recorrido concluye en la
pieza de la dramaturga británica Sarah Kane, 4.48 Psicosis, del año 2000. 7
La autora escribió esta pieza
poco antes de suicidarse, a los 28 años, luego de una crisis psicótica. Pieza
autobiográfica, la voz narrativa central pertenece a un sujeto femenino,
enferma psiquiátrica, que piensa en suicidarse ante el sinsentido de su vida. A
las 4.48 horas, según parece, cesa el efecto de los psicofármacos, por lo cual,
es la hora en la que suelen producirse los suicidios de esta clase de enfermos.
Se trata de un soliloquio de la
protagonista, en el cual se incrustan breves fragmentos de diálogo, entre ella
y sus psiquiatras. También vemos aquí un ejemplo de interiorización del
conflicto, tal como lo analizamos en la pieza de Heiner Müller.
La protagonista expresa su
angustia: “… siento que el futuro no tiene esperanza y que las cosas no pueden
mejorar…”
De todos modos, reconoce que es
culpable, y que, por ese motivo, la están castigando.
Su culpa es de naturaleza
trágica, pues la protagonista enarbola una verdad y la sostiene en contra del Logos
tecno-científico hegemónico, que la ha declarado enferma, y que decretó que los
psicofármacos la pueden curar. El conflicto trágico surge del enfrentamiento
irreconciliable entre dos paradigmas de interpretación: ella sostiene el
paradigma del sinsentido, del absurdo de la existencia, del vacío ontológico; lo
sostiene contra el paradigma tecno-científico representado por el discurso
médico y la industria farmacológica para los cuales es una “loca” que debe ser
sometida a tratamiento psiquiátrico: “El Doctor No Sé Qué y el Doctor No Sé
Cuánto y el Doctor Vaya a Saber Qué, que está de paso y que le pareció bien venir
a joder un poco… no tengo nada que decir sobre mi “enfermedad” que de todos
modos sólo consiste en saber que nada tiene sentido porque me voy a morir…”
Jean – Pierre Vernant, en Mito y tragedia en la Grecia antigua, 8
dice que la verdadera materia de la tragedia clásica es el ideario social
propio de la ciudad, en el momento en que surge y se consolida el pensamiento
jurídico y político. Es decir, el arte trágico está profundamente marcado por
la dualidad, por tensiones irresueltas entre la antigua legitimidad mítico
- religiosa, y la más actual (en el
momento de emergencia de la tragedia) legitimidad jurídico – política. Para los
griegos, el Derecho no era un corpus sistemático y monolítico (como lo sería el
Derecho Romano), sino que estaba afectado por ambigüedades, incoherencias: la
Ley, por un lado, dependía de la coacción, de la autoridad de hecho que se
imponía por la fuerza; por el otro, surgía de poderes sagrados, de la justicia
de Zeus.
El momento trágico es aquel en el
cual se abre en el corazón de la experiencia social una fisura lo bastante
grande como para que se instalen tensiones irresolubles entre el pensamiento
jurídico – político, por un lado, y las tradiciones mítico – religiosas, por el
otro. Es el funesto destino de Antígona, que debe escoger entre dos paradigmas
irreconciliables: la antigua tradición religiosa familiar, y el orden jurídico
– político representado por Creonte. La heroína efectúa su elección, en la
cual, lo sabe desde el comienzo, le va la vida.
Del mismo modo, en 4.48 Psicosis, la trasgresión de la
heroína trágica consiste en sostener su verdad frente al discurso dominante, y
de sostenerla mediante el acto supremo de su suicidio. La culpa trágica, pues,
está concebida en esta obra por el desacuerdo rebelde frente al discurso de la
ciencia y la técnica, lugares absolutos de la verdad en la sociedad
contemporánea. El Logos tecno – científico se presenta como territorio único de
la verdad objetiva, que es una sola y se identifica con el discurso de la
ciencia, el cual pretende ofrecer “curas químicas para la angustia congénita”
“A mi entender, eso es traición”,
dice ella. Y sostiene ese su entender frente al discurso hegemónico.
Así, se representa en esta pieza
la radical ambigüedad de la cosmovisión trágica: los mismos hechos tienen
significaciones opuestas para los dos contrincantes que se ubican en
legitimidades enfrentadas. Cada uno de los agonistas es incapaz de comprender
la lógica de su contrincante, que permanece oscura e impenetrable para él. La
protagonista interpreta su desequilibrio y su insuperable angustia como
consecuencias de su contacto con la terrible verdad (de naturaleza dionisíaca)
del horror que yace en el piso de la vida, la “alfombra de la vida”, como decía
Stefan George; esta verdad se refiere al vacío existencial, a la radical
contingencia de la existencia humana. El Logos científico lo interpreta como
morbilidad, como “locura”, que pueden y deben ser paliadas por la tecnología
farmacológica:
¿Y no te parece que estés
enferma?
No
A mí sí. No es culpa tuya.
Es una heroína verdaderamente
trágica pues ella es una “criatura de la negación” que sostiene su radical NO
ante las condiciones de vida dentro del actual sistema, por eso es tratada de
“demente”. Como Antígona, que osa rechazar el decreto del Poder, como Casandra,
que se atrevió a asomarse a lo oscuro, ella también es considerada una loca:
“No es culpa tuya, es lo único que oigo, no es culpa tuya, es una enfermedad,
no es culpa tuya, ya sé que no es culpa mía. Me lo vienen diciendo tan seguido
que empiezo a creer que sí es culpa mía. No hay una sola droga en la tierra que
pueda hacer que la vida tenga sentido” Ni la ciencia ni la técnica tienen
solución para la devastadora experiencia del vacío existencial.
También en esta pieza vemos la
desterritorialización de la culpabilidad trágica: “Asfixié a los judíos, maté a
los kurdos, bombardeé a los árabes, abusé de niños pequeños mientras pedían
misericordia, los campos de exterminio son míos… Me niego, me niego, me niego,
no me mires”
Al finalizar la obra, leemos:
Somos anatema
Los parias de la razón
¿Por qué estoy afligida?
Tuve visiones de Dios…
Temed a Dios
Y su llamamiento horroroso…
Somos los abyectos
Que deponemos a nuestros líderes
Y quemamos incienso para alabar a
Baal
Las resonancias nietzscheanas de
este notable texto sostienen nuestra lectura. Baal, el dios pagano, enemigo de
Yaveh, es el daimon que se apodera de
“los parias de la razón”, es decir, los renegados del Logos occidental
(judeo-greco-cristiano) Ella sostiene su radical diferencia respecto de la narrativa
hegemónica, por ello debe morir; por ello, su destino es trágico. En Más allá del bien y del mal, Nietzsche
dice que “perecer por el conocimiento absoluto podría bien formar parte del
fundamento del ser”. Nuestra protagonista también lo cree así, en su oposición
a los psicofármacos que la hunden en la inconciencia y la despojan de su “yo
esencial”
Para concluir, volvemos a nuestro
punto de partida, la preocupación de Georg Steiner respecto del destino de la
tragedia en nuestros días.
En los tres textos analizados,
aparece la referencia a las formas inéditas de violencia que desgarraron el
siglo XX. El campo de concentración y de exterminio es el Avatar que ha
desplazado el sentido de la culpa trágica.
Tal como lo proclama Eddy, el coro
trágico continúa resonando en los gritos de dolor de los exiliados, de las
víctimas del terrorismo, de las guerras del siglo XXI, del hambre y la
opresión.
La tragedia, aún, vive entre
nosotros.
Notas
1. Cf. Steiner, Georg. La muerte de la tragedia. Caracas, Monte
Ávila Editores, 1970.
2. El texto de Medeamaterial de Heiner Müller se cita
por la edición de la revista española Primer
Acto.
3. Berkoff, Steven. Decadencia/A la griega. Buenos Aires,
Losada, 2005.
4. Génette, Gérard. Palimpsestos. La literatura en segundo grado. Madrid, Taurus, 1989.
5. Para acceder a una brillante
exposición sobre el principio de la xenía
en la tragedia ática, ver el libro de Martha Nussbaum, La fragilidad del bien. Fortuna y ética en la tragedia y la filosofía
griega, Madrid, La balsa de la Medusa, 2004.
6. El texto citado de Eduardo Grünner
aparece como introducción al libro de Michel Foucault, Nietzsche, Freud, Marx, Buenos Aires, Imago Mundi, 1991.
7. El texto de Sarah Kane se cita
por la versión mecanografiada provista por los responsables de la puesta
dirigida por Luciano Cáceres en el
teatro El Kafka, de la ciudad de Buenos Aires, en 2006, e interpretada por
Leonor Manso. La traducción es de Rafael Spregelburd
8. Cf. Vernant, Jean – Pierre y Vidal – Naquet, Pierre. Mito y tragedia en la Grecia antigua. Barcelona,
Paidós. 2002.
.
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